martes, 9 de septiembre de 2014

EL LEÓN TIENE HAMBRE, TIENE HAMBRE EL REY, 1ª parte (relato corto)

“Si todo hubiera ocurrido un día más tarde, hoy podría morir tranquilo”

Esa había sido su recurrente reflexión apenas un instante antes, pero la tarde, limpia y extrañamente clara, no dejó un segundo de duda sobre la imagen que sus viejos y cansados ojos admiraban a menos de de diez metros. Y en ayuda de sus ojos de anciano llegó su olor, el denso y salvaje aroma que aún, en lo más recóndito de su memoria, seguía vivo. Erguido, orgulloso. Como los valientes, cual rey. De pie, entre los barracones de las mujeres y los hombres, sobre la batida tierra del camino de acceso a las humildes estancias de los esclavos, calculando sus probabilidades.

Sesenta años soñando con ese momento ya no tenían importancia alguna. Los Dioses habían cumplido y él no les defraudaría. No retrocedería ni un milímetro.

*********

Una semana antes, el señorito Philips, le había confirmado, enrollando de nuevo el arcaico mapa que acababa de mostrarle, donde, con su pequeño índice había hecho el infructuoso recorrido del viejo esclavo:

–Tres mil trescientos kilómetros terrestres y seis mil doscientas millas marinas. Esa es la distancia que has recorrido para llegar hasta aquí. Desde Namibia hasta Port Mount. ¿Menudo viaje, eh viejo Joe?-

Extrañas palabras para el precario entendimiento de quién intentaba seguirle a través del dibujo, el cual no adivinaba comprender.

Pero cuarenta y siete días de costa a costa se viven de una manera muy distinta cuando lo haces en un barco negrero, hacinados en literas de cinco pisos en una insalubre bodega de carga, sufriendo los grilletes veintitrés horas al día.

No se puede contabilizar ese horrible e infernal viaje sólo por la enorme distancia recorrida. No, cuando todavía podía percibir el olor a tierra mojada, el viento del norte saturado de polvo del desierto, la atrayente pestilencia de las heces de su presa y el temido hedor de su cercanía. Sí, todavía, en aquel instante antes de ser apresado por unos cobardes que se parapetaban detrás de sus largos bastones que echaban fuego por su extremo matando a todo el que se resistía.

- ¿qué es eso, joven amo?- Preguntó, mirando el trozo de papel que se le había caído al manipular el plano.

–ah, ¿esto? Es que llega un circo al pueblo la semana que viene. Ayer pasó un carromato por la casa grande anunciando su llegada. Mi madre dice que podremos ir si nos portamos bien Helen y yo- contestó el crío, con una enorme sonrisa en la cara y desplegando el folleto ante el viejo.

Y allí estaba, a más de nueve mil kilómetros de su aldea, sentado en la cochambrosa mecedora que su vieja ama le había regalado antes de morir, reflexionando plácidamente sobre su obligatorio éxodo y mirando el rostro de aquel hermoso animal dibujado en un simple papel. Volvía a envidiar su esquivo trofeo

*********

7 de octubre de 1745. Sólo eran las ocho de la mañana y el calor ya apretaba insidioso como el que se sufría al sol de mediodía, colándose su luz cegadora por entre las nubes a punto de deshacerse. En la aldea, ya sólo quedaban algunas mujeres machacando los enormes tubérculos que la gran madre África pariera desde su creación.

Los hombres y los jóvenes no iniciados ya habían salido para que el ganado pudiera aprovechar el rocío acumulado en la hierba. Las niñas, valedoras madres de la próxima generación, hacía horas que emprendieron el camino hasta el acuífero más cercano, cargadas con las enormes vasijas, hechas de barro y heces, casi tan altas como sus escuálidos y fuertes cuerpos.

Sólo tres de las casi cuarenta almas que componían la tribu de Yombé, tenían hoy la tarea más importante de sus vidas, ineludible trance antes de contraer matrimonio con cualquiera de las crías que, con cien ojos mirando hacia los matorrales, debían de estar regresando con los recipientes llenos de agua.

Desde la costa, a unos treinta y cinco kilómetros de la aldea, la patrulla enviada desde el fuerte llevaba tres días atravesando la agotadora y tupida selva que rodeaba el monte Mormátu, cuando llegaron hasta los límites de su poblado.

Los tres futuros guerreros, llevaban media hora siguiendo el rastro de un gran macho, repudiado por su manada tras cumplir su edad adulta. Las escasas piezas que quedaban en la sabana, ya estaban fuera de su alcance. Las dos manadas del valle, no les permitirían acercarse a ellas. Su reino sería aquellos veinte mil metros cuadrados de matorrales, hasta que lograse derrocar a algún macho de cualquiera de las dos grandes células de leones que rodeaban el asentamiento de invierno de los Massuri.

El primero en caer fue su hermano Naúl. La inhumana estrategia de los caza esclavos siempre se cobraba en primer lugar la víctima más débil. Un pequeño sacrificio que demostrase ante los capturados la inflexibilidad de su objetivo.

Yembó también tenía un fin inquebrantable que asumir y sus furiosos y empapados ojos negros siguieron buscando el rastro del felino durante el primer kilómetro de recorrido, ya como esclavo. Amarrado a una extensa cuerda de cáñamo, junto a una fila interminable de hombres y mujeres de rasgos y complexiones distintas, ahora le asaltaron las palabras del viejo hechicero al advertirle su mal presentimiento para la caza de hoy.

Arrastraban su cuerpo, pero su alma y mente continuaban aún persiguiendo su trofeo por entre la espesa jungla. Por esa maraña casi impenetrable de plantas, árboles y lianas donde se escondía furioso y hambriento el Rey de la selva. Esa llave de hombría para su legendaria estirpe.

                                                               *********

Nueve mil kilómetros y sesenta años habían transcurrido sin doblegar un ápice el objetivo de aquel cazador

No hay comentarios:

Publicar un comentario