viernes, 27 de junio de 2014

Como en una canción triste

Como en una canción triste
Las notas intentan componer un rostro
Pretendiendo palpar algo que ya no existe
La imagen que anhela la retina en el ojo

La triste melodía evoca sus manos
Y los versos quieren su fondo retener
Rozar de nuevo esos cabellos tan lacios 
Para enredar en las cuerdas la magia de ayer

La saltarina piedra que ya yace en el fondo
Intentan los acordes en el aire suspender
Atravesando las aguas de tus labios rojos
Hasta la última nota, en que la vuelve a perder

La Radio (relato corto)



Aquel cachivache parecía más la cabeza desmelenada de algún león muerto a palos, que un aparato receptor de ondas hercianas. Los cables que sobresalían por todas partes, le conferían la apariencia de estar construido para no servir para nada en absoluto.

Pero no era así, los mensajes que recibía a diario eran los que verdaderamente le otorgaban el inestimable valor por el cual sus depositarios lo ocultaban con tanto celo, con el mismo que escondieron sus más preciadas alhajas.

Esos mensajes que la numerosa familia Dumont, pasaba horas desencriptando, en el más absoluto de los silencios en el sótano de su vieja casa de la Rue Marignon. Aquellos importantísimos textos que luego debían estimar llevar a un puesto u otro, que la valerosa resistencia francesa mantenía ocultos por toda la ciudad. Los mismos por los cuales su vida pendía de un imaginario hilo de probable tortura o muerte, incluso.

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El mensaje del día 25 de diciembre de 1944, tendría que llegar a la misma hora que los cientos de mensajes anteriores, con la única diferencia, hoy, que proporcionaba la presencia de los cuatro soldados alemanes que acompañaban al capitán de zona, Klaus Von Lehdger.

El enésimo registro de aquella semana había sido el peor. Ya no quedaba nada por romper, levantar y golpear en la antaña coqueta casa de los Dumont, a excepción del inicio de la balaustrada de la escalera principal, donde el sanguinario militar alemán apoyaba su mano derecha, golpeteando nervioso con sus blanquecinos dedos sobre ella.

Los nueve pares de ojos de los componentes de la familia Dumont, no perdían de vista esos incesantes martilleos sobre la oculta radio.

Dentro de la parte superior, protegida por el concienzudo trabajo de las excepcionales manos del ebanistas local, Pierre Salom, permanecía callada la maquina receptora que tanto daño les estaba haciendo en los últimos meses, gracias a los puntuales avisos de aquella maquina tan fea.

A Michel Dumont le corrían ríos de sudor por la espalda, observando como aquellos dedos no dejaban de apoyarse en el único sitio que quedaba intacto en la casa. Aquel donde la lógica del capitán ni siquiera estimó.

El sudoroso patriarca de los Dumont, sabía que el trabajo de aislamiento sobre la radio no dejaría oír ningún ruido si se producía la entrada del mensaje, ya lo habían probado antes, pero la vibración era una cuestión que nunca se les había ocurrido valorar. La mano del capitán percibiría con total nitidez la oscilación del diminuto altavoz que se llevaban al oído para anotar en el cuaderno de códigos los datos recibidos, si, al llegar, seguía descansándola burlonamente sobre la madera. Y la hora se acercaba.

Constance, la mayor de las hembras, la que más peligro corriera sorteando los puestos de vigilancia nocturnos y las furtivas miradas de los franceses colaboracionista para entregar dichos mensajes, la que sabía que el capitán la observaba de esa manera que tanto odian las mujeres, la que conocía lo poco que faltaba para que la radio comenzara a realizar la función para la que había sido inventada. Ella, conociendo el peligro, miró de reojo a su padre antes de intentar levantar la vista para buscar por primera vez la lasciva mirada del capitán. Sabiendo que eso la sometería, irremediablemente, a hacer lo que no podía ni imaginar cuanto le asquearía.

Michel, sin poder contener su ingente sudoración, intentó decirle con la mirada que no lo hiciera, que ya había hecho demasiado, que ya era suficiente, que ahora le tocaba a él, que era su responsabilidad, pero se dio cuenta que estaba decidida, que no iba a permitir que los peligros ya sufridos no sirvieran de nada, agachando la cabeza para tomar un aire tan necesitado para poder mirarle sin cambiar su gesto, sin que notara la mentira en sus ojos, decidida. Sabiendo que su padre intentaría pararla antes de ver como se perdía irremediablemente.

Gaston era el menor de tres varones, ocho años, de los cuales cuatro llevaba sufriendo la estúpida guerra a ojos de un niño. En el mismo instante que su hermana mayor y su padre iban a intentar hacer lo que sus almas le exigían en esa última fracción de segundo y sin pensárselo demasiado, comenzó a zapatear delante de todos, como el mejor bailarín que nunca hubiera existido, girando y saltando en una irreal coreografía que hizo brotar las sonrisas en aquella tensa situación, incrédulos, pasmados, les hizo olvidar en medio minuto la cruel guerra que se estaba produciendo en su país y en media Europa. Los treinta segundos necesarios para que el capitán se animase a aplaudir la espontaneidad del chiquillo. Aquellos treinta segundos de gloria, que lograron que ni su padre, su hermana, ni la vibración de las figuras frutales exteriores del escondite de la radio fueran el desencadenante de otra tragedia más. Sin querer, pero queriendo hacer aquello que le apetecía tanto, desde demasiado tiempo ya, aprovechando la atención de todos en un silencio amargamente ridículo, pero peligroso.

Y al terminar, entre las desmadejadas risas de los soldados y el oportuno aplauso del capitán, padre e hija volvieron a buscarse para aceptar que lo había logrado, inconscientemente, en el momento justo para que la mano del capitán no notase lo que ocurrió, al margen de aquella estrambótica escena, en el interior de su escondite. Y reír para adentro, sin ningún gesto, hasta verlos marchar con una enorme sonrisa, tras la orden definitiva de retirarse.

Nunca, en los últimos cuatro años fueron tan felices. Nunca hubieran imaginado que el pequeño de la casa tendría aquella insospechada afición que les había salvado la vida. A ellos, y a mucha más gente que intentaba pelear como podían contra los nazis.

Desgraciadamente la suerte no se mantuvo hasta que la radio emitió su último comunicado, el del final de la guerra. No todos pudieron disfrutar de la tan esperada alegría tras la rendición de Alemania. No todos lograron acudir a la primera representación de Gaston como primer bailarín de Ballet Nacional de la República Francesa, libres.


Dedicado a todas aquellas personas, anónimas, que lucharon sin armas, pero con el mismo valor y entrega que los soldados en primera línea de combate, en la Segunda Guerra Mundial por la libertad del mundo.

lunes, 23 de junio de 2014

De camino a casa (relato corto)

Nada más salir del taller donde trabajo, en jornada partida unas diez y doce horas diarias, hay una carretera muy bulliciosa. Sobre todo en hora punta, cuando los jovencísimos estudiantes van o vienen a sus clases escolares. El trasiego es continuo. Un lugar ideal para tener un negocio de arreglo de coches.

Desde hace dos meses, la circundan enormes camiones que trasladan los escombros de los arreglos de la casa vecina. La casa de Doña Patricia. Está en reformas desde entonces, y el ruido es insoportable. Todavía recuerdo su cara de enfado cuando entré a trabajar el primer día al taller. Al principio no sabía el por qué de esa expresión tan irritada, imaginando que pudiera ser por no ir a comprar mi desayuno a su pequeña tienda de la planta baja. Al cabo del tiempo deduje que ese no era el motivo de su enojo, ya que ni siendo cliente cambiaba su perpetua mueca hacia mí. Más tarde entendí que era de esas mujeres recias que consideran que los hombres sólo son hombres si van bien rasurados y con el pelo corto. Ni haciéndome una coleta conseguí cambiar su indomable gesto. Todos decían que era rica, aunque yo no lo consideraba así, ya que pienso que un rico es rico porque gasta mucho dinero y si un rico no gasta nada es por que verdaderamente lo que es, es un avaro. Todo el día con aquel saco de colores encima, donde se acomodaban como podían al menos treinta kilos de grasa. Menuda sorpresa se debieron llevar sus nietos cuando fueron a tirar el colchón donde descansaba su inefable carácter, tras su muerte hace dos meses, al descubrir que allí escondía su cicatera riqueza.

Tras cruzar, evitando ser atropellado en esa carretera tan ajetreada, mi camino a casa pasa por un paseo interior, de unos doscientos metros, que está rodeado por unos treinta bajos bloques de viviendas. Ahora recuerdo cuando ese mismo paseo lo hacía entre las plataneras de la desaparecida finca de Don Facundo. El mismo que roneaba a Doña Patricia cuando era joven, cuando no debía haber asumido aún su huraño carácter hacia los hombres. Quizás fuera él el motivo de ese cambio, ¿quién sabe?.

El suelo de loseta del paseo ya comienza a cuartearse, haciendo que los juegos de los críos con sus bicicletas, sean un peligro en ciernes. Casi tanto como lo era atravesar la convertida Finca sorteando los peligrosos dientes de sus eficaces vigilantes, a los que Don Facundo pusiera por nombre: Muerte, Rabia y Linda. Ahora me hacen reír, pero veinte años atrás, mis atropelladas carreras para esquivarlos, eran las que debían hacer carcajearse a su dueño.

Al final del paseo hay un trozo del sendero original, donde mis pies notan el calor de la tierra. Un ligero repecho rodeado de antiguos enormes árboles, frondosos hasta donde alcanza mi memoria. Sólo uno continúa reseco como cuando era niño. Ese en el que, Mario, Jacinto y yo mismo, colgamos una vez un rabioso gato que tenía, como un malencarado asaltador de caminos, apropiados bajo su feudo, todos los alrededores de la Finca. Todavía está la cuerda con el nudo donde se retorció durante aquellos inacabables minutos, mientras los tres celebrábamos nuestra gesta. Negro como la noche, de mirada intensamente penetrante y unas enormes y afiladas garras, que debieron de ser protagonistas de las pesadillas de más de uno por aquel entonces.

Ahora me da pena ver el nudo de su horca atrapar esa rama con la misma fuerza con la que, coléricos, lo anudamos antes de dejar su inerte cuerpo balancearse durante días. Aferrándose de por vida, recordándome, a diario, cual había sido su definitiva suerte.

He dejado atrás el cadalso y comienzo la ascensión por un recién estrenado camino de piedra hasta la carretera principal, sorteando cuidados y hermosos jardines y placidas zonas de césped, mientras mi cerebro aún sigue recordando los kamikazes ojos verdes del difunto felino.

Brotan en mi frente las primeras gotas de sudor, cuando alcanzo, tras atravesar un escueto pasillo entre dos casas nuevas, la acera de la Avenida del Sol Naciente, antes llamada con el nombre de algún militar que nadie vio jamás por estas tierras. La carretera de kilómetro y medio de longitud, arteria importante e inevitable de la ciudad tiempo atrás, está llena de locales, tiendas y pequeños bares atestados de gente. Es la hora del almuerzo y los trabajadores de la zona la transitan con premura e intransigente expresión de agotadora falta de tiempo. Recuerdo cuando era atravesada por diminutos autobuses sin puertas que dejaban a su paso polvorientas nubes de tierra y saltar sobre ellos, eludiendo la férrea mirada del chofer, para evitar la aburrida caminata hasta nuestro barrio.

En esos mismos bares, la vida parece no haber transcurrido. Sólo han cambiado su aspecto exterior y los dueños, imagino. Por lo demás, siempre pululan sus entradas los hijos de los hijos de los antaños moradores. A la mitad de la Avenida, ahora se han construido una serie de institutos de enseñanza secundaria. Esas que abastecen los autobuses de críos molestos en las dichosas horas punta del día, motivo por el cual camino de regreso a casa.

Muchas veces me impacienta recorrer todo éste trayecto hasta llegar a la vieja casa abandonada donde culmina la Avenida. No hay árboles, ni bancos donde hacer una parada. No como antes, que fluían por doquier. Llenos de viejitos hablando de sus mejores tiempos, y amas de casa en espera del regreso de los niños del cole. La casa abandonada también tiene su vieja historia de tiempos mejores, cuando la familia de la pobre Anita, dominaba el territorio de plantaciones alrededor de ella. Y digo pobre, porque su falta de visión la obligaba a permanecer pensativamente a solas en el gran balcón exterior de la casona, que ahora parece querer venirse abajo irremediablemente.

Dejo atrás la casa de Anita,  el sol continúa abrasándome la cara y provocando enormes gotones de pura agua salina. Voy, aproximadamente,  por la mitad de mi recorrido diario. Ahora atravesaré el lugar donde pasé los mejores años de mi vida. Los ochocientos metros mejor utilizados por nadie en este mundo. Aquí mismo, donde mis pies piden un pequeño descanso, sacamos del armario a Fernandito. Insistentes, insidiosos y hartos de sus amaneramientos escondidos, le demostramos que lo de él con la chicas era puro rechazo visceral. Recuerdo que después nos arrepentimos, ya que una vez cerrada esa puerta, sus intentos de acoso a los que éramos sus amigos, bien pesados que eran. Por lo cual tuvimos que rodearlo otra vez para explicarle que en aquella pandilla no cabían sentimentalismos que pudieran con nuestra “violenta” rebeldía de adolescentes hirvientes de testosterona. Menos mal que lo entendió, así le evitamos más traumas en su vida.

Palpando mi sudorosa calva, me acuerdo de las peleas entre las dos bandas rivales, instituidas a fuego, a pedrada limpia. Las cicatrices de mi cabeza son la prueba evidente y testimonial de que la guerra entre nosotros era una cosa seria. ¡De la que se libró Fernandito!.

Todavía insiste mi cabeza en recordar cuantas de aquellas riñas ganamos, cuando sobrepaso la estrecha travesía de agua amurallada por donde solíamos ir hasta la playa. Allí donde urdimos nuestras mejores emboscadas y donde nos quebramos tantos huesos al escapar de las suyas.

Voy por la mitad, por el parque donde dí mi primer beso a alguien que no fuera de mi familia. Se llamaba Rocío, alta y delgada como mandaban los cánones por mi escritos en aquella época. De cara rosada, piel blanca y labios encarnados, casi tanto como mi rostro al verla aparecer antes de decidirme a decirla cuanto la amaba. Mi primer amor, mi primer de todo con las mujeres. Tuve que aprender a cambiar mi camino si quería ir a la playa con Rocio. Y a defenderla a capa y espada cuando estaba sólo y a la banda rival eso le daba igual. Fueron las peores cicatrices, pero los mejores momentos que recuerdo.

Rocío se quedó atrás, como atrás dejo ahora la travesía de agua amurallada. El camino sigue, igual que en todos los aspectos de la vida. Además, después de romper ella cambio de bando, y yo nunca hubiera transigido con tal cosa. La sangre derramada era más importante.

Ya veo mi casa, me queda apenas un tercio del recorrido y ya vuelvo a pensar en mi mujer. Allí donde vivía con su familia, que ahora es la mía, y donde me la tropecé un día de sol intenso como hoy. Si, digo tropecé, porque casi nos vamos los dos al suelo al llegar corriendo, desde direcciones distintas, a la esquina que vio nacer nuestro amor. “Morenos cabellos, morena de piel, labios carnosos y risueña nobles”. Esas fueron mis primeras palabras escritas a Penelope, lo recuerdo como si fuera hoy. Riéndose desde el suelo con el trasero raspado por las piedras tras caernos.

Este es su barrio de siempre, colindante con el mío. Donde recorrimos todas sus sombras huyendo de los ojos de sus hermanos mayores.

Aquí me hice hombre, al pie de estas laderas le pregunté si quería pasar el resto de su vida con un melenas aprendiz de mecánico. Donde ella dijo sí, y a mí casi me da un vahído, ansiando su respuesta.

Aquí, donde ya la veo en la entrada de la casa esperándome, como cada día. Donde la saludo, alzando mi mano hasta donde puedo llegar, como cada día. Dónde termina mi recorrido diario, como cada día. En sus brazos, en sus besos, en su noble sonrisa.

Y tras mi último recorrido hasta casa, sólo pienso en desatar ese maldito nudo…. pero mañana.

jueves, 19 de junio de 2014

La tan esperada muerte (relato corto)



Esta será mi única vía de escape… y aún así me basta. Las líneas rectas de los renglones de éste pequeño diario, serán los que me saquen de esta diminuta celda. “Condenado” estoy a dejar en sus páginas la verdad; esa que pueda ofrecer luz en toda esta oscuridad en la que me he visto envuelto. Esas hojas escritas con mi historia, la única verdadera, llevarán la pesada carga de mi “limpia” conciencia.



Delante de éste, mi último espacio en el diario, intentaré cumplir la misión que me prometí hace ya catorce meses. Ahora mi mente me traslada hasta aquellos días donde el nerviosismo por mi arresto se tornó en impotencia al verme acusado de un delito, inequívocamente, falso. El infame delito de asesinato. Nunca eludí mi responsabilidad, desde el primer momento me sometí y culpé por mi implicación en la ilegalidad que habíamos cometido, aunque yo fuese aquella noche pensando en realizar un trabajo de estiba de mercancía en unos camiones, tan necesitado al llegar a este país sin un maldito dólar que meter en mis bolsillos.

Desde el minuto uno me declaré culpable; de haber sido engañado también, pero culpable a lo sumo. Las cuatro de la mañana no es hora propia de cargar camiones con material tecnológico en una nave casi a oscuras. Pero que más da eso ahora, estando allí, con mis bolsillos vacíos, continuar cargando los camiones fue decisión mía finalmente, eso fue lo que asumí nada más verlos tirar la puerta de la insalubre habitación en la que llevaba apenas cinco días tras llegar de forma ilegal a este país. Mi desconocimiento del idioma y mi desesperada falta de recursos hicieron el resto. Pero eso no viene al caso ahora mismo, no quiero dar pena por ser un estúpido en un momento tan adverso en mi vida.

Y asumí el empujón al guardia de seguridad en mi huida al ser descubiertos. Un simple impulso para apartarlo de mi camino fuera de aquella inquietante acumulación de hechos desafortunados. Aquel guarda que no había visto en mi vida, y que después volví a reconocer en una foto, ya convertido en un cadáver acribillado, delante del juez. Aquel chico menudo, con rostro miedoso, que demostró su escaso valor ante quienes ese valor importa menos que mi vida a ojos del verdugo. Aquel rostro que aún recuerdo. Como él recordó el mío en el hospital antes de ser ungido y llamado ante el altísimo. El único que aquel chico recordaba de frente. Los cobardes que empuñan un arma, ni con ese poder en sus manos, dan la cara. Y por eso, ese acto de cobardía duele tanto al ser visto por gentes normales, como las que había en el jurado. En este lado de la tierra, un tiro en la espalda es una imagen tan contundente, como lo puede ser gritar a un anciano en silla de ruedas en mi país, humillante y repulsivo ante cualquier persona de bien.

Y fue esa sensación de repulsa, en aquellos ojos encolerizados del jurado, quien me trajo hasta estas cuatro paredes donde hoy seré muerto. Donde hoy veré por última vez las caras de mis carceleros, sin llegar a conocer si el hijo del “sonrisas” logrará su acceso a la Universidad, o de si, por fin, la esposa del “mezquino” se dará cuenta de que a su lado tiene un pobre diablo pretencioso e infiel.

Ahora debo elegir mi última comida. ¿Cuál? estando fuera de mi añorada Galicia. Prefiero no comer, que llevarme dentro de mí su insulsa comida allá donde vaya. Una última ingesta antes de ser llevado ante los rostros de quienes me creen el asesino de su hijo, esposo o hermano. ¿Quiénes creen que soy? para pedirme que elija entre pollo o pescado unas horas antes de enfrentarme a esos rostros a los que imagino llenos de dolor. Unos ojos engañados pero creídos de que verán por fin la cara asustada de un cobarde antes de recibir su merecido. Ya no me quedan lagrimas, son demasiados meses llorando de impotencia, y para ellos será mayor el dolor al no verme llorar arrepentido ante ellos, lo entiendo… lo entendería. Pero no le pueden pedir a un inocente que llore por algo que no ha hecho, no sería humano.

El cura quiere que rece y que pida perdón, han sido las únicas ocasiones en que una sonrisa ha podido cruzar mi rostro. Que pida perdón… es absurdo y sería indigno por mi parte. Ya lo he asumido, lo siento por los que dejé en mi tierra y a los que quiero con el alma, pero me alegro de que no sepan nada. Sus vidas serían más tristes y confusas de lo que son ahora sin trabajo ni futuro.

Catorce meses ya... Como pasa el tiempo, incluso en una diminuta celda como esta. Espacio suficiente para poder escribir mi historia en estos renglones tan rectos como lo era mi vida antes de decidir buscar un futuro mejor. Recta como las agujas que atravesarán mis venas, mientras los que me rodean mirarán el reloj y el auricular por si llama el juez. Que juez va a llamar para salvar a un sentenciado cobarde y asesino que mata por la espalda.

Ahora que ya los veo venir, caminaré junto a ellos, con mi estómago vacío y mi conciencia limpia, hasta encarar la muerte, esa muerte tan esperada que hoy por fin dejará descansar mi mente y mi cuerpo inocentes.

¿Cómo lo hago? (relato corto)


Nunca avisa, siempre se presenta sin llamar, como el huracán que envía emisarias lánguidas brisas antes de embestir. No creo que ni siquiera anunciándose estaría cómodo en su presencia. Pero es así, cómo una visita embarazosa, se planta ante mí sin que pueda hacer nada. No la llamo, no la reclamo, no pienso en ella, pero, no sé cómo, llega hasta mí en el momento justo, ese que ella siempre elige.

Siento miedo ante su presencia, mis manos tiemblan incontroladas cuando la encaro. Es una llama descontrolada, vista desde demasiado cerca, provocando a todos y a todo. Y duele y agota, es como bracear a contracorriente. Contra la misma que parece impulsarla hacía mí.

Me gustaría controlar su acceso en mi vida, la cual desborda, quebranta y simplemente quiere intervenir. Explicarle que el efecto que crea en mi vida es insano, como un dañino demonio sobre mi hombro que querría apartar de un manotazo. Mirar sus ojos y decirla que no me hace falta, que no me hace bien, que debe comprender que su impronta es perjudicial para mí. Su decidida presión, a la que mi cuerpo teme ya de una forma inhumana.

Algunas veces creo intuir cuando se presentará, pero es sólo una ilusión mía, un espejismo remoto y reverberante. Estoy indefenso, sólo trae tristeza, irrumpiendo en mi vida sin ningún sentimiento. Amarga sensación de impotencia que recrea una presencia que no comparto. No trae amor. Sólo quiere dominar vigilante y persistente.

La he gritado que no vuelva, que no la quiero, que en mi vida nada aporta. Ella no escucha, y en ocasiones siento que se ríe de mí, burlona, esquiva, y sin ningún miramiento sigue queriendo controlarme. Intento apartarla, aislarla, desecharla, pero es en vano. Sólo deja un espacio de tiempo y vuelve a la carga. Mis amigos dicen que soy yo el que no quiere dejarla, ¿cómo les explico que lo he intentado todo para que se esfume de mi vida?, que no hay razones que la hagan cambiar en su empeño. Que es la personificación de la insistencia.

Yo mismo me he dado un tiempo, alejándome de todo lo que me interesa. Yo mismo, aún a riesgo de perder lo que más quiero. Necesitado de distraer su persecución. Y cuando creo haberlo conseguido se presenta, como siempre, en el peor de los momentos.

Logrará que pierda a todos mis amigos, a lo que más deseo en éste mundo, a ella, a mi amiga. Pero cómo explicarles que yo no la quiero en mi vida. Que surge sin avisar, en cualquier lugar. Que no soy yo quien la incita, que llega sola, que me es imposible controlar cuando se presentará mi RABIA.




Sergio Suárez Hernández

IDEALSTRONG.COM (relato corto)

Siempre he pensado que cualquier persona puede tener una buena idea a lo largo de su vida; un crío, un abuelo en sus últimos días, un ama de casa, el jardinero, cualquiera. Pero también sé, que no todos, en su justa medida, puedan ser tomados en cuenta de la misma manera. Las grandes corporaciones sólo piensan en cerebritos pescados de las universidades con redes arrastreras: quiero decir, a porrillo. Y a veces tienen suerte… pero no en todas las ocasiones. Otros se basan en la experiencia, dejándolos macerarse en otras empresas hasta que llegan los éxitos, y luego poderlos captar (o robar, casi). Aunque no siempre es así.

Por ejempo: un simple muchacho, realizando la formación de sus estudios de programación, se le ocurre un día la ingenua idea de interconectar a todos los alumnos de su universidad con el simple propósito de divertirse haciendo estadísticas de quiénes son los más activos, qué fotos de chicas son las más visitadas, qué opinan unos de otros, etc… y sólo por diversión, aunque el éxito es tan grande que esa idea inicial se convierte en una de las mayores empresas del mundo en pocos años, haciendo de ese originario juego una herramienta casi imprescindible en las vidas de millones de personas…. ¿genial, no?

El otro día, hablando con un compañero de trabajo, me decía que no me había visto en la manifestación convocada, la tarde anterior, por los trabajadores de la empresa en la que trabajo, ¿qué como quería arreglar los problemas si no me implicaba en esa lucha con todos?. Yo le contesté que una manifestación, o huelga, o llámelo como quiera, que dure menos de cuarenta días no sirve de nada, poniendo como ejemplo lo ocurrido en Egipto. Es más, y así lo pienso, en éste aspecto casi nadie hace caso de las buenas ideas ya llevadas a cabo, pero bueno cada uno que haga lo que quiera. Cada día leo en los periódicos las engañosas estadísticas de asistencias a una u otra manifestación en contra del Gobierno. Si supieran que desde sus casas podrían hacer más daño que gritando a pleno pulmón durante horas, se quedarían asombrados.

Un ejemplo si quiere: un día entero sin utilizar la electricidad, por consecuencia no ver la tele, Internet, etc…. No utilizar el móvil, no comprar la prensa, no consumir agua de abastos, etc.... Entonces, esas grandes compañías, que son quienes financian esos mismos partidos que nos han metido en éste fregado, al ver perjudicados sus bolsillos, levantarían ese mismo teléfono con el que llaman a los miembros del Gobierno para pedirles éste o aquel favor, y les exigirían que arreglaran la situación inmediatamente. A esos si les harían caso, y nosotros tendríamos, incluso, más tiempo para volver a lo de antes; el contacto físico con las personas, una buena conversación, y todo lo que usted quiera.

¡Bien!, Bueno, por cosas como esas, me he decidido a emprender este nuevo negocio, ¿sabe? “IdealStrong.com”, y por eso estoy aquí.

- ¿Ha traído el formulario 2,15 y ha pagado las tasas V18 y V20?-

No, he pasado por recepción y he leído en su puerta “NUEVAS EMPRESAS” cogí un número y he pensado…

-Bueno, tómelo como “ejemplo” de una mala idea…. ¡SIGUIENTE!-

Por qué (poema)

Se fueron quedando los amigos
El amor se juró persistente
Enredaban los niños conmigo
Y aún así era clara mi mente 

La piel se llenó de atroces surcos
El cabello su color olvidaba
Todo cambiaba en el mundo
Y aún así mi corazón fuerte gritaba

El caminar se había sosegado
El paisaje se cubrió de neblina
Los días cedían arrastrados
Y aún así mis ganas caminan

¿Por qué se marchita mi piel?
¿Por qué los días son tan largos?
¿Por qué aún siento como ayer?
Si todo lo demás se muere a mi lado

Mis dos lunas y mi paciencia (Relato corto)


Esa noche volvía a reencontrase con sus dos lunas, las que tanto disfrutó allá en su pueblito costero natal. Enfrentadas una a una, en lo profundo del firmamento y en las negras aguas del mar.

Desde allí, a la distancia justa para poder amarlas de nuevo, allí donde diseñó su plan, en la ciudad que lo acogió hacía más de veinte años, donde se hizo hombre y tuvo a sus hijos. Donde fue reconocido y tanto dio a su vez. Allí, en la ciudad donde había construido sus mayores proyectos; su familia y la Torre Le Infant. Negra como las tranquilas aguas de la bahía donde nació, allá donde soñó con poder ser el mejor arquitecto del mundo. Ahora, aquí estaba, disfrutando de aquel plan perfecto, el edificio más alto y más moderno de su país, casi arañando las estrellas, escondido en la fría noche, reflejando la luna como único punto de referencia, enfrentándolas de nuevo. Sus dos lunas, una, en el profundo firmamento, y la otra, en los oscuros cristales de su nuevo edifico: álgido y majestuoso contra la noche.

Y aún así estaba triste y furioso, incluso con lo logrado, no podía disfrutarlo como a él le hubiera gustado, como soñó cuando aún era un crío, un crío de la edad que tenía ahora su hijo menor. Desde allí, a la distancia justa y perfecta, tenía demasiado cerca ese otro edificio que tanto dolor trajo a su familia. Jamás hubiera pensado que odiaría con esa fuerza vengativa una edificación, cuando lo que único soñaba a diario de niño era construirlas.

En su fuero interno sabía que el edificio no era el culpable de sus desgracias, pero no podía evitarlo. Mientras se celebraba el juicio contra el colegio religioso, que tenía apenas a ciento cincuenta metros de donde intentaba disfrutar de sus dos lunas de nuevo, por los malos tratos infringidos a su pequeño y a otros dieciocho niños que sus respectivos padres habían internado, en la confianza de ceder sus más queridas posesiones a una hermandad religiosa, casi tan antigua como la humanidad conocida, habían sido llevados hasta aquel lugar, en el que ellos pensaron que los dejaban a salvo, protegidos y en buenas manos: esas mismas manos que levantaron contra los niños castigándolos impunemente, contra esos pequeños indefensos. Donde fuimos llevados para ver el lugar a los que los ataban durante horas, bajo el intenso sol y la fría noche. Aquel espacio que se hallaba ahora impregnado de toda esa tortura cruel contra unos simples chiquillos,

Desde aquel día, ni uno sólo había dejado de subir hasta allí, hasta aquel edifico y su patio exterior que tanto dolor le conferían: sus muros llenos de musgo, sus árboles deshojados y renegridos, sus ventanas rotas desde donde creía oír angustiosos sollozos aún, en los elementos creados para sus juegos; columpios, toboganes y tubos de colores donde esconderse, jugando, riendo y disfrutando, que era lo propio. Ahora todos esos elementos se desteñían tristes, atrapados por el dolor de sus pequeños usuarios, en aquel entorno tan amargo y horrible ya.

Allí, a donde había subido tantas veces con el barril de cuarenta litros de gasolina, Tantas hasta hoy. Hasta que recupero sus dos lunas y se decidió acabar con aquel profanado edificio. Verlo arder no le evitaría seguir queriendo castigar a los que verdaderamente hicieron el mal, pero tenía paciencia, esperaría lo que hiciera falta hasta encarar sus rostros de seres inhumanos.

Y creyó ver el reflejo del fuego en sus dos lunas, asumiendo el daño, la pena y la impotencia. La impotencia que ahora mismo debía disfrazar de paciencia.

lunes, 16 de junio de 2014

La cosa no ha cambiado mucho (relato humor)


¿Vuesa merced, comprométese a proteger el Reino de Castilla?

- Por mi largar y recia estirpe alumbrada a la sombra de los olivos de la gran ciudad de Sevilla, .......Sí


¿Vuesa merced, comprométese a proteger a nuestra Majestad la Reina Isabel?

- Comprometo mi honor en virtud de salvaguardar la majestuosa figura de mi señora Reina. .........Sí.


 ¿Vuesa merced, comprométese a llevar hasta los confines de la tierra conocida la fe de nuestra Católica Santa Madre Iglesia?

- Al amparo de mi niñez junto a los padres Franciscanos de la Orden de Judas, en mi conllevado débito como monaguillo, .........Sí


¿Vuesa merced, comprométese a la conversión de tantas almas paganas encuentre a su paso?

- Satisfaré agradecido mi alma cristianizando a todos los herejes encontrados en tierras desamparadas de la mano del Señor, .........Sí


¿Vuesa merced, comprométese a no apropiarse y proteger los Tesoros acopiados en futuras conquistas allén de los mares y a defender dicha propiedad en fe de nuestra Grande y Heroica España?

- mmmm.   ...........Sí



En algún lugar de nuestra Tierra, algunos siglos atrás....

viernes, 13 de junio de 2014

NO FUE OTRO DÍA MÁS DEL OTOÑO (poema)

No fue otro día más del otoño
El que encaminó mis pies cansados
No fue el ver caer tantas hojas
Lo que distrajo mis pensamientos
Sé que fue tu olor en el viento
Quien dejo mi cuerpo helado
Inmerso en deleitar ese aroma
Mientras los árboles se deshojaban
Recuerdo cerrar los ojos
Y concentrar toda mi fe
Para percibir hasta la última gota
Allí donde te encontré
Y dar vueltas generoso
Mientras las veía ceder
Y viajar hasta el suelo sedoso
Girando y girando como locas
No fue otro día más del otoño
Aquel que me enamoré
No fue el ver caer tantas hojas
Lo que erizó toda mi piel
Sé que fue tu olor en el viento
Quién guió hasta aquí mis pies
Mientras los árboles desnudos
Pensando en el invierno
Se olvidaron del viejo manto
Donde mis pies hicieron círculos
Y mis ojos cerré sincero
Recordando aquel otro día
Que además pude tocarte
Besar y acariciarte
Mientras nos cubríamos de alegría

UN DAÑINO CLUB (relato corto - reflexivo)

El formulario tenía siete páginas, todas ellas escritas en la misma tipografía, pero con tres cuerpos distintos: lo importante e ineludible, en letra grande y negrita, lo habitual, en letra mediana, y lo esencial y donde residía el propósito de su existencia, en letra pequeña; del tipo de los contratos engañosos.

Cohem, lo leyó con detenimiento, asimilando todo cuanto en él se decía. Veinte minutos tardó en asumir su pretencioso argumento, en el que se destacaba un texto anónimo:

“La vida es breve, si la comparamos con el devenir del universo. Científicamente, la naturaleza del ser humano tiene un estado (periodo) donde el cuerpo es una maquina perfecta: creativa, resoluta y capacitada físicamente para dar lo mejor de sí. Esa fase de tiempo se completa a los veintisiete años, en los que la luz y la oscuridad brillan al mismo nivel, donde las neuronas llegan a obtener su máximo poder, donde el futuro no es asumido como tal, sino que implica una decisión trascendental sobre si mismo: querer acometerlo o no”

Tras leer dicho texto, amparado tras un ridículo anonimato, el nerviosismo de sus manos empezó a ser obvio ante los ojos de los que le observaban al entrar en la sala principal. Extrañamente no se encontró con un habitáculo oscuro y desordenado. Sus impolutas paredes estaban decoradas con las fotografías de grandes músicos, fallecidos a esa misma edad redentora, a la que apelaba el panfleto que temblaba entre sus dedos. Imágenes de jóvenes talentos trágicamente muertos en la plenitud de sus vidas.

En el púlpito, sobre la tarima del escenario, un delgado joven de apenas veinte años, erigiendo soflamas aprendidas por repetición convulsiva, arengaba a los pocos que habían tomado asiento, y más allá, al fondo de la sala, una jovencita de rostro marcado y bellos ojos azul violáceos, recogía los formularios firmados, cobrando a continuación la cuota estipulada.

Titubeante, se sentó a escuchar el manido discurso en la primera fila. Su rostro emanaba rabia y frustración que continuaba creciendo con cada nueva y repetitiva frase del joven a través de varios minúsculos altavoces repartidos por sus cuatro esquinas: ellos, que fueron grandes en sus respectivas disciplinas, lo entendieron claramente. Y aunque fueran, en algunos casos, muertes fortuitas, la cifra, el dato, está ahí: 27, siempre el mismo número.

Una y otra vez, repetía esa cifra repiqueteando como un martillo neumático en los cerebros de los absortos presentes.

Cohem, no pudo por menos que recordar a su hermano Dayton, sentado en aquellos mismos asientos, oyendo, una y otra vez, lo que querían repetir, única y exclusivamente, una y otra vez. Recordando, también, una frase leída en un triste y arrugado sobre de azúcar, otorgada a Joseph Goebbels: “una mentira, mil veces repetida, se convierte en verdad”.

Y aquel delgado Goebbels, desde su púlpito, armado con una mentira, continuaba sumando y sumando ante su apreciado foro de jóvenes hasta que vio levantarse una mano en la primera fila. Y tras darle la palabra, escuchar: ¿y por qué no a los treinta y tres, como John Lennon o el mismísimo Jesucristo? ¿No son merecedores, sus actos o sus canciones, del mismo criterio al que aluden en estos indecentes papeles? ¿No son merecedores de pertenecer a una secta como esta?

Y ante la incertidumbre del esquelético orador, sin saber qué contestar. Levanto la orden de arresto y registro contra todos los pertenecientes al inefable “Club de los 27”, por incitación al suicidio en uno de los tres mejores momentos de sus vidas…. el de la inexperta juventud.
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Nota:
El lider y Mesías Satánico, de una secta: Charles Manson, dijo una vez: "Todo está en la mente. La mente lo es todo, todo es la mente. Y no puedes engancharte con tu mente si no te enganchas primero con la Verdad, y no puedes llegar a la Verdad hasta que no te establezcas en el saber. El saber es la verdad".

¿Y cómo determinas qué una cosa es verdad o simplemente “una mentira repetida mil veces”?. Sólo la experiencia de los años te hace notar la diferencia.

(En memoria de los mal llamados “Club de los 27”, a los que la casualidad y la manipulación, repitiendo y repitiendo una mentira, serán recordados, implícitamente, por un criterio ajeno a sus vidas).

Yo los recordaré por su magnífica música.

martes, 10 de junio de 2014

TIEMPO DE RENCOR ( Capítulo 1 - Novela terminada)


C A P Í T U L O - Nº 1

Sobre las 18:00 horas, la fina lluvia que desde los últimos tres días no paraba de caer en el hermoso pueblo de An Moborski, del Condado de Burban, se convirtió en un verdadero chaparrón y aunque el servicio meteorológico lo calificaba ya como tormenta e instaba a la precaución, sus habitantes no le concederían tal categoría hasta que la cantidad de agua fuera impedimento para que algún vecino se pudiera acercar hasta el único Pub del pueblo…. y esa tarde estaba lleno.

Los pocos visitantes que por obligación entraban en el “Papagayo Rojo” siempre preguntaban a su dueño por el motivo que le había inducido a ponerle tal nombre, ya que obviamente esas tierras no eran hábitat natural de ningún ave tropical. Siendo siempre, también, la misma respuesta la que, Milo, el dueño del “Red Parrot” explicaba con verdadero énfasis. 
Cuenta una antigua leyenda griega que un exótico pájaro llevó a los actuales habitantes del sur de Italia hasta la más maravillosa tierra que hubieran visto jamás y que sus rojas plumas cayeron en ella fertilizando sus campos y su mar por los siglos de los siglos…. Además es tan buen nombre como cualquier otro. Pude escoger entre miles y me quedé con éste, aunque en mi vida he visto de cerca un bicho de esos. Preguntando siempre al finalizar ¿Usted cual le hubiera puesto?.

Aunque afuera no dejaban de caer chuzos de punta y la sensación de frío se acrecentaba por momentos, en el Pub no paraba de entrar gente. A las 20:10 horas, como cada viernes, llegó Dimas Howars, el único funcionario, cuya oficina está justo a diez minutos andando del Papagayo Rojo. Su condición de cartero de pueblo podría dar una impresión equivocada, siendo una de las personas más consideradas de la comarca y la única pagada por el Estado. De los pocos no pelirrojos de los alrededores su extensa mata de pelo negro fue su seña de identidad hasta unos dos años atrás en el que había dejado también de practicar deportes de riesgo. Sólo, y en unas fechas muy especiales volvía a intentar escalar el farallón Norrys, bajo el viejo faro.

Cada vez que se abría la puerta el reniego era generalizado hasta que volvía a cerrarse. La disposición del viejo Pub: una barra central, siete mesas de madera con cuatro sillas tapizadas con una tela más vieja que el propio local, otras tres con asientos de pared y dos altas con dos taburetes cada una, para las parejitas del pueblo. Y, junto a la esquina norte, una enorme chimenea conformaba la típica distribución del típico Pub del típico pueblo Irlandés.

Todos, después de dejar de renegar del frío que se colaba por la dichosa puerta cada vez que la abrían, saludaron a Howars a excepción de dos chicos alemanes que, lógicamente, estaban de paso. Milo, quien estaba ya contándoles la misma cantinela de siempre a los dos extranjeros, puso una enorme jarra de cerveza delante del recién llegado guiñándole un ojo al acabar y señalándole la mesa del fondo donde tres hombres, con sendas jarras, le aguardaban como cada tarde. 

Mientras los dos muchachos parecían pensar en cuál sería el mejor nombre para un lugar como aquel, se acercó hasta la mesa del fondo saludando por el camino al resto del pueblo. En la pared, detrás de la mesa del rincón, un pequeño cartel tallado a mano exhibía el siguiente texto “EL RINCÓN DE LINDA ROY”, delante del cual todos brindaban antes de beber.

Tras quitarse la gabardina que traía totalmente empapada, saludó a Jim a Hop y a Marcus, sus tres mejores amigos de toda la vida. De los tres, Marcus, se consideraba el mejor amigo de Howars. Vehemente adversario en cuestiones políticas, que rumiaba mientras faenaba en el barco de su padre, y que intentaba introducir, entre cerveza y cerveza, cada vez que tenía ocasión. Hop, el campesino, como lo llamaba Marcus cuando hacía alguna referencia al proletariado, décimo hijo del reverendo ocasional John Cassidy se podría decir que la única política fiable era la suya, “trabajar duro para luego beber con los amigos en el Pub”. Y por último, James Roy, al que todos llamaban Jim a secas. Era el más joven del grupo desde hacía dos años en el que su carácter introvertido y escurridizo lo habían convertido en todo lo que no querían sus amigos. También eran los tres mejores amigos de toda la vida de Linda, a la que echaban muchísimo de menos.

Hermanastra de Jim, por parte de padre, era la alegría del pueblo. Emprendedora tozuda, profesional íntegra y, ante todo, viajera incansable, los tenía acostumbrados a desaparecer largas temporadas pero nunca fuera del periodo invernal, cuando a causa de la meteorología se recomendaba parar el servicio comercial aéreo del que vivía desde hacía ya siete años. Y nunca por supuesto dos años sin haber hecho ni una simple llamada.

Sin perder aún la esperanza en que Scotland Yard llamara en cualquier momento con la noticia de que hubiera aparecido, la confianza iba disminuyendo por momentos. Dos años parecía un espacio de tiempo demasiado largo para continuar manteniendo en el mismo nivel cualquier esperanza. El mismo Scotland Yard, en el que Milo tenía un pariente ocupando un cargo medio, cada vez daba menos informes sobre los trabajos de investigación que, de su caso, se había abierto. Sólo sabían que en algún punto del norte de Australia se le había perdido la pista, a ella y a sus otras dos compañeras ocasionales de viaje. Así era, se embarcaba en cualquier excursión con cualquier persona y en cualquier lugar. Su integridad y meticulosidad para el trabajo, las dejaba en Burban cuando se marchaba al hallazgo de…, como ella solía despedirse de todos.

Dimas llevaba al Pub, siempre que la hubiera, la última noticia sobre su paradero, cosa que, gracias al primo de Milo, en los últimos meses parecía que volviera a retomarse con un poco más de intensidad. Aunque fuese para decir que todo seguía igual, es una forma de mantener tranquilos a familiares y amigos de cualquier persona desaparecida. Cuestión poco ejercida por los Servicios de Seguridad de demasiados países, como cuando se mantiene una luz encendida para que los marinos encuentren el camino a casa.

Todos reconocían que seguramente le habría pasado algo malo, coincidiendo que probablemente y de alguna forma que no podían imaginar, habría muerto. Pero también todos esperaban a los viernes para saber si Dimas traía noticias. Al pasar saludando entre todos los del Pub, y al ver su expresión, sabían que todo continuaba igual.

-Por Linda- Gritó, al levantar su jarra, antes de sentarse definitivamente. Los dos muchachos de la barra miraron instintivamente hacía el fondo antes de decir, -“El Mirlo Irlandes”. He visto unos cuantos antes de comenzar la tormenta, muy serio el más alto de los dos señalando con el dedo a Milo.

Todos los presentes estallaron en risas al oírlo ya que pensaban que no quedaba ningún estúpido nombre más con el que rebautizar aquel sitio. Milo, que también reía, dio la vuelta al tablero que colgaba tras él, donde rezaba el menú diario, dejando al descubierto una lista de más de ciento cuarenta posibles nombres a escoger. Anotándolo como el número 147, dijo a todos.

-Joder, por lo menos son originales. Hacía más de seis meses que no limpiaba las telarañas de aquí detrás. 

Los dos muchachos, que en un principio no entendieron nada, terminaron irremediablemente por levantar sus jarras ante todos.

El cincuenta por ciento de los nombres de aquella lista se los debían a la muchacha con más carisma del pueblo. Es así que llevara su nombre en el encabezado. “LISTADO DE NOMBRES ABSURDOS - LINDA ROY”. La noche de San Patricio del año en que cumplió dieciocho, cuando la única taberna del pueblo no cerraba sus puertas en todo el día y tras haber tomado un par de cervezas de más, se le ocurrió la fenomenal idea de buscar nombres alternativos al que ya mantenía por más de veinte años. Intentaba zanjar la manida historia que Milo contaba sobre el origen del dichoso nombre y que ya no podía aguantar oír ni una vez más.

Siempre estaba presente. Su extrovertida personalidad había calado, desde bien pequeña, en el alma de aquellos rudos marineros y agricultores. Cuando a los pocos años de vida se quedó huérfana de madre, todos quisieron ocupar el papel de protector con ella. El único habitante del pueblo que no la conocía en persona, aparte de los dos jóvenes alemanes, estaba entrando por la puerta y oyendo el enésimo renegar de todos. Alan Takako, japonés de madre sueca, aunque nadie lo adivinaría ni enseñándole una partida de nacimiento, quien siete meses antes había incrementado el listado de Linda en la más que considerable cantidad de diez absurdos nombres, una noche tal que la de hoy, fue informado, entre risas, de la nueva cifra antes incluso de sentarse. Mirando a los dos muchachos les saludo con la cabeza y estos volvieron a levantar sendas cervezas.

Como no podía ser de otra manera, después de su contribución al listado, congenió inmediatamente con todos los del pueblo, decidiendo aparcar su errante vida entre ellos.

El Pub está situado a ciento cincuenta metros del pueblo, en la carretera de salida hacía la costa y hacia la casa faro del viejo Norman Grady, último marinero fallecido mientras faenaba, según rezaba un listado recordatorio en el Ayuntamiento de Burban. Tras la edificación, un patio con cuatro pibotes de dos metros treinta de altura donde, contaba una vieja historia, los antiguos moradores de la zona empalaban a sus acérrimos enemigos y donde Milo almacenaba una tonelada de trastos viejos, prometiendo siempre despejar lo antes posible.

Por esa carretera, a poco más de quinientos metros, Takako había encontrado un lugar donde parar su resignado deambular de los últimos tiempos. La casa faro del viejo Grady pasó a ser su morada y nuevo y desafiante proyecto, cuando sus obligaciones se lo permitían.

Desde la mesa del rincón saludaron también al nuevo vecino, donde los cuatro amigos comenzaban la segunda ronda.

-¿Nada hoy tampoco?- Preguntó Marcus, no sin antes brindar en honor de Linda.

-No, todo sigue igual, aunque hoy no me ha llamado el agente Bartóli, sino un compañero suyo, ya que el primo de Milo tenía unos días de permiso. Y…, extraoficialmente, me ha dicho que los Estados Unidos y Francia están investigando una red de trata de blancas de Malasia que pudiera estar trabajando en el norte de Australia.

-No sé si preferiría oír que está muerta- balbuceó Hop Cassidy antes de añadir.

-El sólo hecho de pensar que pudiera estar en manos de algún árabe ricachón e hijo de puta, me revuelve el estómago.

-¿Por qué crees que son sólo árabes los que pudieran ser los receptores finales de las chicas raptadas por esas pandas de bestias?. Seguramente nos quedaríamos sorprendidos de donde se manejan los hilos de todo ese mercado humano.

-Ya Marcus, pero sigo pensando que la preferiría ver muerta y que no estuviera pasando por ninguna penuria añadida.

-Por lo menos hay alguien que se mueve. Mucho Scotland Yard, pero no hacen nada. Comentó su hermanastro, mirando a través de la ventana como corría la lluvia sobre las negras piedras.

Después de su aportación, los dos jóvenes alemanes fueron invitados por Takako a unirse a otros tres vecinos que, para tal ocasión, habían juntando dos mesas.

Finalmente, Milo, contó dos bajas y a las 21:30 horas, y de forma oficial, elevó el chubasco al grado de tormenta, comenzando a preparar otra ronda para todos ya que sabía que iban a pasar en el Pub un laaaargo
rato.

lunes, 9 de junio de 2014

Triste y calmada (relato poético)


La nieve caía triste y calmada sobre sus hombros y sus muslos temblorosos. Triste y calmada, sobre sus oscuros cabellos, tornados en grises senderos de polvorienta debilidad. Triste y calmada, como su mirada perdida en la lejanía entre los titilantes copos, blancos impolutos. Triste y calmada, como la razón que la había llevado hasta allí, hasta aquel parque, tan triste y calmado.

En aquel banco solitario de color impropio, de verde inicio tornado en blanquecino retiro. Arrinconado en el rojizo muro, tornado en verdosa muscínea, desalineado por el tiempo. El tiempo… el tiempo que a ella le faltaba. El tiempo violento de invierno, de frío sumiso y lánguido tormento.

Bajo aquella nieve, tornada en diamantes lagrimeados desde su triste y calmado rostro. Apesadumbrando las ramas de los pasmados árboles, tornados en silenciosos muñecos de nieve. Donde la fauna esconde su melodía, tornada en taciturno respeto, triste y calmada  como el manto donde hunde sus pies.

El sendero se pierde, la luz se adormece, 
la vida continúa aunque el corazón adolece. 
Pensando, pensando, en volver o alejarse. 
Triste y calmada su alma rehace. 
Los minutos, las horas, que empleas en reflexionar, 
se tornan en odas por no querer doblegar. 
El frío, el silencio, y el imparable tiempo, 
que asusta, que aleja, que miente violento.

La nieve caía triste y calmada, 
sobre sus hombros y muslos, hasta que lloró cuanto amaba.

Voy de regreso a casa (Relato corto)


Voy de regreso a casa, y nadie me espera. Como nadie se esperaba mi escapada de hace cinco años atrás en un autobús como en el que ahora estoy regresando. Ni yo misma lo esperaba. Y no es cobardía. Hay que tener mucho valor para regresar a donde, en un momento desesperado de tu vida, deseaste huir.

El paisaje no ha cambiado. El río sigue su curso, las casas resisten al paso de tiempo, como las almas que pululan por todas partes. Almas arraigadas al paisaje. Eso que tantas veces escuché decir a mis padres, “las personas son el resultado del entorno, de las historias del entorno”. No era así para mí. La vida es un camino con miles de cruces, salpimentando tu naturaleza, para que decidas tú, y nadie más que tú. Es así. No hay más. Te encuentras en un cruce, una encrucijada, y la decisión es sólo tuya. Que tomes uno u otro lado del camino sólo requiere de una decisión en un momento concreto. Nada de tu vivido contexto se alza para pararte los pies, tus pies deciden ir hacia un lado o hacia el otro. Como yo decidí coger aquel autobús para irme con Rodrigo.

Ahora Rodrigo se ha convertido en Alex, que con apenas cuatro años y medio, va a ver el lugar desde donde su madre y su padre huyeron, para buscar su lugar en el mundo, su propio mundo. Que no encontraron, y que nadie sabe, ni sabrá nunca, por qué. No hay preguntas cuando no quedan respuestas esperadas, sólo acciones.

Recuerdo ojear un libro de poemas de mi padre, donde él mismo escribía:

“El sentimiento del amor es tan impredecible
Que arraiga en ricos, viejos y gente humilde
Revisado con tiempo y mucha calma
Los resultados sólo los comprenderá el alma”

Y mi alma comprendió que el amor que sentía por Rodrigo, en nada tenía que ver con la forma de pensar de los arraigados al entorno de éste paisaje al que me voy adentrando lánguidamente. Nada que sentir junto a ellos.

A veces luchas contra la corriente del río, y aunque sería más fácil dejarte llevar, sigues hundiendo tus brazos contra esa fuerza que te quiere arrastrar intentando doblegarla con cada brazada, más fuerte, más desesperadamente. Pero la impronta del río es arrastrar. Nadie para esa estela, por más que luches. Ahora me dejo impulsar por ella hacía el origen, con Alex.

¿Qué encontraré al llegar?, ni lo pienso, ni lo anhelo. Sólo me dejo llevar por éste autobús tan parecido al que me alejó de aquí. Sin bracear, sin luchar. Remontaré el camino y atravesaré el cruce de nuevo, río abajo.

Cinco años braceando, son muchas brazadas. Son muchas huidas, son muchos días. Encararé sus ojos y abriré los míos. Regreso, pero nunca me arraigaré al entorno. Que Alex haga lo que quiera. Esa será su voluntad: Pero mi alma ha visitado el otro lado de la puerta y, en cuanto pueda, regresaré a ver lo que hay con más fuerza.


Voy de regreso a casa, y nadie me espera. Mi mundo no ha parado de rotar, pero ahora rueda con una verdad menos sincera.