jueves, 19 de junio de 2014

La tan esperada muerte (relato corto)



Esta será mi única vía de escape… y aún así me basta. Las líneas rectas de los renglones de éste pequeño diario, serán los que me saquen de esta diminuta celda. “Condenado” estoy a dejar en sus páginas la verdad; esa que pueda ofrecer luz en toda esta oscuridad en la que me he visto envuelto. Esas hojas escritas con mi historia, la única verdadera, llevarán la pesada carga de mi “limpia” conciencia.



Delante de éste, mi último espacio en el diario, intentaré cumplir la misión que me prometí hace ya catorce meses. Ahora mi mente me traslada hasta aquellos días donde el nerviosismo por mi arresto se tornó en impotencia al verme acusado de un delito, inequívocamente, falso. El infame delito de asesinato. Nunca eludí mi responsabilidad, desde el primer momento me sometí y culpé por mi implicación en la ilegalidad que habíamos cometido, aunque yo fuese aquella noche pensando en realizar un trabajo de estiba de mercancía en unos camiones, tan necesitado al llegar a este país sin un maldito dólar que meter en mis bolsillos.

Desde el minuto uno me declaré culpable; de haber sido engañado también, pero culpable a lo sumo. Las cuatro de la mañana no es hora propia de cargar camiones con material tecnológico en una nave casi a oscuras. Pero que más da eso ahora, estando allí, con mis bolsillos vacíos, continuar cargando los camiones fue decisión mía finalmente, eso fue lo que asumí nada más verlos tirar la puerta de la insalubre habitación en la que llevaba apenas cinco días tras llegar de forma ilegal a este país. Mi desconocimiento del idioma y mi desesperada falta de recursos hicieron el resto. Pero eso no viene al caso ahora mismo, no quiero dar pena por ser un estúpido en un momento tan adverso en mi vida.

Y asumí el empujón al guardia de seguridad en mi huida al ser descubiertos. Un simple impulso para apartarlo de mi camino fuera de aquella inquietante acumulación de hechos desafortunados. Aquel guarda que no había visto en mi vida, y que después volví a reconocer en una foto, ya convertido en un cadáver acribillado, delante del juez. Aquel chico menudo, con rostro miedoso, que demostró su escaso valor ante quienes ese valor importa menos que mi vida a ojos del verdugo. Aquel rostro que aún recuerdo. Como él recordó el mío en el hospital antes de ser ungido y llamado ante el altísimo. El único que aquel chico recordaba de frente. Los cobardes que empuñan un arma, ni con ese poder en sus manos, dan la cara. Y por eso, ese acto de cobardía duele tanto al ser visto por gentes normales, como las que había en el jurado. En este lado de la tierra, un tiro en la espalda es una imagen tan contundente, como lo puede ser gritar a un anciano en silla de ruedas en mi país, humillante y repulsivo ante cualquier persona de bien.

Y fue esa sensación de repulsa, en aquellos ojos encolerizados del jurado, quien me trajo hasta estas cuatro paredes donde hoy seré muerto. Donde hoy veré por última vez las caras de mis carceleros, sin llegar a conocer si el hijo del “sonrisas” logrará su acceso a la Universidad, o de si, por fin, la esposa del “mezquino” se dará cuenta de que a su lado tiene un pobre diablo pretencioso e infiel.

Ahora debo elegir mi última comida. ¿Cuál? estando fuera de mi añorada Galicia. Prefiero no comer, que llevarme dentro de mí su insulsa comida allá donde vaya. Una última ingesta antes de ser llevado ante los rostros de quienes me creen el asesino de su hijo, esposo o hermano. ¿Quiénes creen que soy? para pedirme que elija entre pollo o pescado unas horas antes de enfrentarme a esos rostros a los que imagino llenos de dolor. Unos ojos engañados pero creídos de que verán por fin la cara asustada de un cobarde antes de recibir su merecido. Ya no me quedan lagrimas, son demasiados meses llorando de impotencia, y para ellos será mayor el dolor al no verme llorar arrepentido ante ellos, lo entiendo… lo entendería. Pero no le pueden pedir a un inocente que llore por algo que no ha hecho, no sería humano.

El cura quiere que rece y que pida perdón, han sido las únicas ocasiones en que una sonrisa ha podido cruzar mi rostro. Que pida perdón… es absurdo y sería indigno por mi parte. Ya lo he asumido, lo siento por los que dejé en mi tierra y a los que quiero con el alma, pero me alegro de que no sepan nada. Sus vidas serían más tristes y confusas de lo que son ahora sin trabajo ni futuro.

Catorce meses ya... Como pasa el tiempo, incluso en una diminuta celda como esta. Espacio suficiente para poder escribir mi historia en estos renglones tan rectos como lo era mi vida antes de decidir buscar un futuro mejor. Recta como las agujas que atravesarán mis venas, mientras los que me rodean mirarán el reloj y el auricular por si llama el juez. Que juez va a llamar para salvar a un sentenciado cobarde y asesino que mata por la espalda.

Ahora que ya los veo venir, caminaré junto a ellos, con mi estómago vacío y mi conciencia limpia, hasta encarar la muerte, esa muerte tan esperada que hoy por fin dejará descansar mi mente y mi cuerpo inocentes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario