viernes, 28 de noviembre de 2014

Mi otra pasión (creados con Illustrator y Photoshop)


Un poco de humor


Menesteres de vieja usanza (poema)


Toma mi mano viejo artesano
Moldea con gracia mi mundo
Acaricia una vez más lo impalpable
Urde mi mente en lo profundo

Y así, me impregnaré de de ti
De tu ensueño delante de la nada
A la que sacar esquirlas de todo
Invisible imagen, en tu mente surcada

Y del origen, creas un destino
Andando al paso, sintiendo amor
Regodeada insistencia de ese camino
Labrado en el silencio, de su interior

Creando un espacio nuevo
Al que se dirigen todas las miradas
Hablando hacia adentro
Con la voz de quien da la palabra

Relegados como el dolor
Menesteres de vieja usanza
Sustitutos de esperanza
Degradados al desamor

¿En qué urna guardaría esas manos?
Para mostrar en el más grande museo
Donde brillara su espíritu
Donde revelar su fiel deseo

martes, 25 de noviembre de 2014

Detén tu camino si ves mi espalda (poema)




No abrigues  mis manos, si están cerradas
No beses mis labios, si ahora aprieto
Detén tu camino, si ves mi espalda
Te ruego vivir, aunque estés muy lejos

En mis cabellos grises ondularé tu nombre
En la mar eterna ahogaré tus besos
Cuando mire atrás, llamando a tu rostro
Fingiré no recordar, lo que fue el hecho

Y es tan frágil la sinrazón
Y fue tan duro aquel momento
Verte besar al quien fue un amigo
Fue como hurtar al mar, sus bellos reflejos

Que endurezcan los caminos la lluvia fría
Y que reverberen las arenas de los desiertos
Es el cristal de la razón quien determina
Aunque mi corazón grite rabioso que ya estoy muerto

lunes, 24 de noviembre de 2014

TIEMPO DE RENCOR ( Capítulo 2 - Novela terminada)


C A P Í T U L O - Nº 2

La misma brisa que traía el olor intenso del Laínz desde los negros acantilados de la parte norte alejaba los gritos ahogados de once jovencitas por los frondosos y abruptos acantilados de la parte sur. En el interior de la vivienda se recogía toda esa fragancia durante gran parte del año, al igual que las penurias silenciadas de un grupo de chicas, de distintas partes del mundo, que habían sido traídas por la fuerza hasta aquella atalaya desde donde se divisaba una de la puesta de sol más hermosa. -“Thao sy”- llamaban a aquel punto estratégico en la menor de las islas de Japón.

Khaninkotan, en el archipiélago de Hokkaido, se levanta seiscientos metros sobre el nivel del mar para acercar su belleza a un cielo azul radiante casi todo el año. 

“¿Qué sucia y perversa mente podría elegir este hermoso lugar para utilizarlo en la peor de las prácticas de la que el ser humano puede ser capaz?” “¿Quién podría estar detrás de tan bajos instintos y tener el privilegio de disfrutar de unos paisajes de tan inmensa belleza?”

El jardín estaba situado en la parte posterior de la casa, hacia el oeste, las mejores vistas y atardeceres se disfrutaban entre sus flores, sus negras piedras y sus tranquilos estanques llenos de coloridos peces. Un estrecho porche elevado ayuda a divisar, desde varias mecedoras con más calma y sosiego, el mar donde muere un enorme sol cada tarde. El mismo sol que obligatoriamente tenía que iluminar las horrendas escenas diarias que se producían en las estancias que rodeaban aquel maravilloso jardín.

Una única y estrecha carretera de tierra daba acceso desde los límites de la hacienda, a seis kilómetros de distancia, donde muy pocas personas tenían permiso de transitar incluso por sus alrededores. La mayor parte del año era utilizada por pequeños y solitarios vehículos de abastecimiento, cuando dos o más vehículos de alta gama circulaban por ella solo podían traer más calamidades a las únicas criaturas que no disfrutaban para nada lo que aquella hermosa tierra desplegaba a diestro y siniestro. Sus ojos solo veían viejos decrépitos, sádicos borrachos y oscuridad.

Cuando llegaban los convoyes de coches de lujo los habitantes de los alrededores sabían que era tiempo de bonanza ya que los mejores pescados, carnes y otros alimentos de la pequeña isla terminaban en la casa en lo alto del Thao sy. Eran los únicos que esperaban con ansia y alegría el paso de esos lujosos coches hacia la zona alta de la isla, porque no eran sus hijas, nietas o hermanas las que cuando oían más de un vehículo en la entrada de la casa comenzaban, espontáneamente, a temblar de forma nerviosa.

El 2 de noviembre de 2008 los habitantes de Khanintokan estaban muy contentos, más que de costumbre. Siete vehículos entre “Mercedes” “BMW’s” y “Audis” habían dejado las tiendas vacías y se dirigían carretera arriba. El miedo de las once criaturas, con tanto motor rugiendo, debía de estar en el peor de los niveles. No era común una reunión tan masiva pero la ocasión requería la presencia de toda la escoria japonesa, ese día, en ese lugar. En esta ocasión la reunión no era sólo de placer.

Mahaao se bajó de su Mercedes con cara de pocos amigos, las últimas veces que había estado en aquella cima su rostro reflejaba un sentimiento muy distinto. Mirando hacia su coche señaló con la mano el portabultos y dos criados, que esperaban desde hacía horas, sacaron varios maletines negros de su interior. Mientras llegaban hasta él con sendos paquetes se entretuvo, con el rabillo del ojo, en observar que la cortina de la estancia del primer piso se movía hacia la parte izquierda, confirmando que quienes le esperaban estaban ansiosos por su llegada.

“Nada bueno traerían aquellas prisas”, pensó.

Sucesor en la lista de los grandes jefes del anterior nº 1 acribillado en plena calle por una prostituta, se jactaba, en privado y en público, de no haber pisado una cárcel en sus veintiocho años de vida, aún a sabiendas de que había pasado ya por todas las escalas criminales que los departamentos de policía de cualquier país exponían en sus paredes para ostentación de delitos, presumiblemente, retirados de sus calles. Alguien así no había eludido a la justicia por escapársele algún detalle.

Por el lado del copiloto se incorporó otro rostro conocido en la casa. Aunque no siempre bienvenido pero, por desgracia para el mundo, necesario para los intereses sucios e inhumanos que en breves instantes le serían comunicados. Surino Morales, un filipino expulsado de su país por una larga lista de delitos contra todo lo que se moviese y tuviera vida, se colocaba los bajos del pantalón mientras hacía una señal a los que desde los otros coches seguían bajando e incorporándose a tamaña reunión.

Volviendo a comprobar, esta vez directamente, que desde el primer piso la cortina había vuelto a su sitio, ordenó, con un gesto de la mano, que entraran todos en la casa. Su expresividad verbal no destacaba entre sus cualidades, éstas requerían siempre de un acompañamiento metálico, y no precisamente musical, aunque sí ruidoso.

Los dos criados que observaban como el último de los visitantes entraba en la casa se apresuraron a aparcar ordenadamente los carísimos vehículos. De mayor a menor en la escala de caballaje. ya que su jefe, que volvía a retirar la cortina para poder ver toda la parte exterior, esperaba siempre a que todo estuviera en orden para hacer acto de presencia. Al finalizar, ambos criados asintiendo repetidamente con la cabeza, se quedaron mirando hacia un ventanal ya vacío.

La puerta principal daba acceso a un amplio salón sin muchos alardes. Aunque la casa estaba equipada con la tecnología más avanzada los muebles que decoraban todas las estancias reflejaban todo lo contrario. En el centro del salón una enorme y antigua escalera lo comunicaba con el primer piso. Detrás de la misma un estrecho ascensor aliviaba las subidas y bajadas de tres ancianos decrépitos, carcomidos y lascivos que aguardaban ya en un despacho anexo al propio salón, el cual tenía su propio elevador y la única manera de llegar hasta la segunda planta. 

Los escasos escalones que había en la casa eran los de la entrada y los de la suntuosa escalera central, el resto estaba dominado por largas rampas, aliviaderos de los escasos movimientos de sus libres propietarios.

Desde el centro del salón dos sonrientes doncellas, señalando hacia el despacho, dirigieron hacia adentro a los numerosos invitados, tres de los cuales se tuvieron que quedar, de pie, en la misma entrada.

Gentes acostumbradas a parlotear de manera soez y descarada, elevando sus voces habitualmente hasta que todo bicho viviente se percatara de su presencia, no habían pronunciado una sola palabra desde que los coches enfilaron los últimos cien metros del estrecho camino de tierra. Los tres ancianos imponían un oscuro respeto a aquella pléyade de bárbaros de estilo moderno, más allá del miedo y las propias costumbres orientales. Tres décadas al frente de la peor y más sanguinaria Yakuza Japonesa, los habían convertido en las personas más temidas que nadie quisiera encontrase delante jamás. 

Quien de los tres jefes se mantenía aún a trompicones de pie invitó, con un energético movimiento del brazo, a Mahaao a Surino y a otros cuatro a tomar asiento, no sin antes indicar con un gesto a las dos doncellas que se retiraran.

Quien a vista de todos parecía el más perjudicado por la edad, sentado en su moderna y mecanizada silla de ruedas, seguía observando por la ventana como los dos criados continuaban mirando hacia la casa desde el lateral del jardín y también podía ver el último coche alineado según su obsesivo criterio.

- ¿Dónde están las fotos? - dijo el tercero de ellos, sentado detrás del escritorio, y quien parecía querer llevar la batuta en la reunión. 

Mahaao, con una sincronía digna de un trilero, introdujo la contraseña en los códigos de seguridad del maletín que reposaba ya en su regazo a fin de sacar de su interior tres sobres grandes de color hueso y dejarlos sin decir una palabra delante del que los había solicitado. Los otros dos vejestorios seguían, uno desde la ventana y otro de pie junto a una bella figura de porcelana, toda la escena con sumo interés. 

En el interior de los tres sobres estaban las fotografías de tres personas. Tres americanos. Tom Gutman, sargento primero retirado, quien en 1945 era cabo primero de cubierta en el USS Missouri.Tacker Del Rio, sargento de aviación retirado e instructor de pilotos en Agosto de 1945, y el brigada del ejército de la reserva nacional retirado, cabo raso de infantería en 1945, John Dee Hoornes, quienes, en la citada fecha, obligaron a Shiiro Napo, soldado raso del ejército imperial japonés, ahora en silla de ruedas – Naturo Hai, soldado raso asistente de cámara del Comandante en Jefe Yoshijiro Umezu, con noventa y dos años y todavía con un resquicio de fuerza en sus piernas – y Min Dao Haruto, soldado de primera en 1945, de madre china y aferrado al recuerdo que las fotos que tenía delante le estaban reconcomiendo por dentro en aquel mismo instante, y a otros tres militares japoneses, a vivir y sufrir uno de los acontecimientos más humillantes y clave en la historia del siglo XX. 

Dichas fotos verificaban que los tres americanos se habían convertido en tres vejestorios igualmente, lo cual no le reconfortaba en nada el ánimo como la prueba irrefutable de que aún continuaban vivos.

Mr. Haruto, como le llamaba toda la élite de jefes de Yakuzas enemigas de medio Japón, levantó con la mano izquierda los tres sobres a sabiendas que alguno de los que permanecían de pie en la entrada se acercaría a cogerlos y que los alcanzaría a los otros dos jefes que, con cara de impaciencia, los miraban fijamente.

Sin darse cuenta que mantenía todavía el maletín abierto en su regazo observaba las caras de los ancianos, quienes, sin ningún aspaviento ni reniegos, miraban atentamente las fotografías. Después de pasar los últimos nueve meses en un país extranjero donde maldecir, imprecar y maltratar verbalmente todo cuanto se ponía ante ellos era lo común, observar los rostros de quienes estaban rememorando unos profundos y duros recuerdos que les producían las imágenes que tenían en sus manos en el silencio más absoluto, reconfortaba ligeramente, bajo la tensión del momento, su ánimo.

Un japonés, aunque hablase perfectamente inglés, buscando información sobre tres americanos en los ayuntamientos y registros de pequeños pueblos del centro de Norteamérica, destacaba más que un macarrón en un plato de caviar. Su eficiencia en el trabajo realizado pasó por llevarse a la única extranjera que residía en la casa y que no era violada, maltratada, vejada o encerrada en las estancias de la segunda planta. 

Christine Blood, súbdita inglesa que mantenía el orden entre las chicas retenidas a base de más maltrato y quien también, de cuando en cuando, servía directamente a los tres ancianos de forma más implícita en sus “negocios”.

-¿Y lo demás? – Espetó, Mr. Haruto, quebrando un silencio insoportablemente desapacible.

Ya con el maletín negro cerrado y colocado junto al otro cogió el más nuevo y volvió a reproducir, con igual habilidad, la apertura de éste. En esta ocasión no fueron sobres lo que extrajo de su interior sino cuatro fundas de plástico transparentes por el anverso cuyo interior estaba, también, lleno de fotos y documentos de otras cuatro personas y de otros cuatro lugares de la América profunda.

Las personas que aparecían en dichas fotos ya no estaban entre los vivos, sus cuerpos masacrados y en algunas de aquellas fotografías quemados incluso, esta vez sí lograron arrancar de los rostros enjutos de los tres ancianos una mueca en la que podría advertirse un asomo de satisfacción, contenida, pero puro deleite a lo sumo. Incluso como para poder distraer de su obsesiva manía de mover la dichosa cortina del viejo Napo.

Aunque las imágenes de aquellos cuerpos torturados hasta la muerte no podrían ayudar a que sus propias madres les reconocieran como hijos suyos, en los rostros de los tres viejos se percibía su aprobación a la verdadera identidad de aquellas deformes masas de carne, pelos y sangre enmarañados. Sabían que Mahaao no les entregaría nunca nada que no fuera, hasta la última de las consecuencias, verás ya que él mismo salía en todas y cada una de las fotos mostradas a sabiendas de que se inculpaba en todas y cada una de aquellas muertes que había producido a unas personas que no conocía absolutamente de nada.

El único que estaba siempre al acecho y pendiente de que cometiera un error era Surino, pero con aquellas pruebas en las manos podía seguir esperando una oportunidad por largo tiempo. 

Mr. Haruto continuó revisando la información que había a cerca de los tres americanos. Habían pasado ya seis décadas pero recordaba sus caras perfectamente, las tenía grabadas a fuego y nunca mejor dicho.

También recordaba a sus tres compañeros, ya fallecidos, que padecieron aquella terrible ignominia junto a ellos sesenta y tres años antes. Recordaba muy bien sus nombres: el ayudante de cocina, de 17 años, Hiroshi Muto, Mirusho Tunkao artillero de primera en el acorazado Yamato y Kio. Cada jodida noche pensaba en Kio. Ellos no pudieron llegar hasta este instante pero él estaba allí, aún vivo, y lo haría también en su nombre.

En nombre de los únicos seis militares del ejército imperial japonés que sufrieron, por partida doble, una deshonrosa y fatídica humillación aquel mes de septiembre seis décadas atrás. 

En el sobre de Del Rio constaba un informe de su extensa familia. Natural del centro oeste, se había alistado en el ejército en julio de 1945, casi dos meses antes de la rendición de Japón. Su rápido nombramiento en el cargo de sargento fue motivado por su gran experiencia como piloto a las órdenes de su padre fumigando las numerosas tierras de su familia en el frondoso Estado de Kentucky. Ni siquiera había llegado a combatir. 

Llegó, ascendió y jodió todo lo rápido y cruelmente que pudo. 

El informe confirmaba que tenía, vivos aún, seis hijas y dos hijos, otros dos, comprobó con satisfacción, habían perdido la vida en Vietnam. Los varones que seguían vivos también pertenecían al ejército de los Estados Unidos y cumplían destino en Afganistán e Irak en la actualidad. Y no pudo por menos que pensar que si sus carreras militares eran tan agraciadas como la de su padre se merecían lo que les aguardaba. 

En el silencio de la estancia sólo se oía el volteo repetitivo de las fotos en manos del viejo Napo, todo lo que cogía en su poder lo convertía en una acción machacona y compulsiva. “La cortina, los coches, las fotos, los arañazos” Y también era el que más ganas tenía de iniciar los planes que estaban a punto de comunicar a todos.

Mahaao había asesinado, extorsionado, golpeado y arruinado la vida a todo aquel que señalaron los tres viejos en el último año. Pero esto era diferente, sentía que era un odio extrañamente íntimo, que las personas que aparecían en las fotos ya eran cadáveres vivientes, pero lo que no se podía ni imaginar era como iban a llegar a ese estado. 

Por lo que había tenido que hacer en los últimos nueve meses, le obsequiaron ante todos con un magnífico reloj de pulsera, con uno de esos regalos a los que un hombre no se podría resistir y menos, entregado delante de los suyos, confirmando así su liderazgo y supremacía sobre el grupo. Incluso sobre Surino.

Siendo los jefes como eran el agasajo duró lo que ellos estimaron, como todo.

-Podéis salir – Dijo Mr. Haruto, haciendo el mínimo de los esfuerzos. No hacía falta más, el silencio era tal que hasta la cocinera ya estaba preparando su exquisito té de rosas. Todos salieron tras Mahaao hacia el jardín de entrada menos Surino que se dirigió al servicio donde apenas pudo llegar teniendo luego que humedecer los pantalones donde se le habían escapado unas gotas. El sometimiento era tal que preferían mearse encima que abrir la boca a destiempo ante los tres viejos. Sabía que si no se le preguntaba directamente no valía la pena hablar, era lo mejor sin duda alguna. Todo el mundo tiene siempre a alguien por encima al que dar explicaciones, inclusive aquella panda de asesinos, secuestradores y extorsionadores que ante tres miserables viejos, anacrónicos y visiblemente perjudicados físicamente, se cagaban de miedo aún sin pronunciar una palabra. 

Fuera, el resto aprovecho para fumar lo más alejado posible de la casa, contra el viento, casi al borde del acantilado sur donde el humo se alejaría de la casa. 

Desde allí se veía, a unos ciento setenta metros, el helipuerto junto a la carretera donde aterrizaba el aparato que trasladaba a los jefes en contadas ocasiones hasta la capital y también desde donde se veían las tres únicas ventanas en la segunda planta que permanecían cerradas todo el año. Estaban casi en el punto medio entre las habitaciones del piso superior y el pequeño helipuerto. Doscientos diez metros exactos, distancia suficiente para oír aterrizar la única vía de escape de aquella cruel tortura. Nadie podía imaginar que entre las once cautivas estaba Linda, quien con sólo quince años obtuvo el carnet de pilotos de helicópteros con los mayores honores, en Burban Irlanda, hacía ya doce años. 

Desgraciadamente los dos últimos los estaba pasando recluida, vejada y víctima de su compulsivo-obsesivo torturador, lo que demostraban los múltiples arañazos que tenía en casi todo su cuerpo.


jueves, 20 de noviembre de 2014

La nota (relato participante en el Concurso de Microrrelatos del CÍRCULO DE ESCRITORES "MICROLOVE")


Señora mía

De mis paseos, es proveedora de alegría
No he podido evitar estas líneas enviarla
Llevando días, privado de admirarla
Sepa que suyo, soy ferviente seguidor
De sus tiernas lecturas bajo aquel senador
La avenida del viento amainada ha quedado
Que hasta el sol de media tarde se declina excusado

Nada pretendo, sabiéndola esposada
Más, no prive a mis ojos, su imagen sosegada
De la fuente junto al senador soy yo quien bebe a diario
Alrededor de las seis, siendo fiel a ese horario.

Continuaré esperando el próximo frágil momento
Que permita de nuevo verla, ¿quizás, un primer encuentro?

miércoles, 19 de noviembre de 2014

A través del espejo (relato participante en el Concurso de Microrrelatos del CÍRCULO DE ESCRITORES "MICROLOVE")


A través del espejo la observó dormir. La sábana contorneaba su joven cuerpo, mientras él, se colocaba de nuevo el anillo y se empapaba en loción. Esa bella imagen que no se cansaba nunca de contemplar.

Por la entreabierta ventana se coló una ráfaga que apartó lasciva la vaporosa tela, dejando al descubierto lo que tanto amaba, y su corazón dio un nuevo vuelco… una vez más.

Cerrando los ojos, intento percibir su fragancia; su magnético olor corporal, y una vez más, esbozó una sonrisa.

Y al abrir los ojos y encontrar de nuevo su reflejo, susurró: ¡cuanto te amo!

MI UNICORNIO (reflexión)


Dicen las malas lenguas, que es otra de las panfletarias historias propagandísticas de los Yankees contra el Régimen, pero el caso es que a mí siempre me ha gustado. Una cortina de humo para lavar el coco a los cubanos, sin la habitual sutileza de un cañón del calibre 406/50.

Azul es mi color; azul cielo, su azul reflejo en el mar, ¡azul claro!, ¡azul añil!, ¡¡¡azul… azul… azul…!!!

Ya sé que el arma utilizada por los norteamericanos, en tiempos de paz, es la información interesada y manipuladora, pero, debo insistir, la historia inventada por ese funcionario a miles de kilómetros de la Habana, me parece de una lectura tan poética y literaria, que siempre he pensado que debió tener un buen día.

Sí: un nuevo amor, el nacimiento de un hijo, salir por fin del armario, no sé, algún ensueño logrado que lo motivara a convertir una simple canción, sin doble sentido ni urdidora de soflamas antibloqueo, en un mítico himno tan evocador y de una traslación retórica de esos hermosos versos del autor, aumentativos de su belleza.

También ¡podría ser!, una de esas comunes meteduras de pata de quienes pretenden manipular convirtiendo su embaucadora maniobra en un verdadero artefacto expansionador de lo que ni siquiera se hubiera propuesto el cantautor. No voy a citar, por no provocar hoy a mi alma sosegada, ninguna de las tantas ya conocidas.

Los que no conozcan la canción, estarán pensado, ¡y de qué demonios estoy hablando! Ruego tranquilidad, la misma que me proporciona el escucharla.

En 1982, en el mejor momento de inspiración del cantautor cubano, Sílvio Rodríguez, publicó su disco “Unicornio”. La canción que da título al álbum se convirtió, por obra y gracia de un extraño, tan alejado de cuba y de su cultura, en pancarta de sinrazón de lo que hoy llamamos (comprensión lectora).

Siempre he sido defensor de la visión y el entendimiento del lector por encima de todo. Por poner un ejemplo: los poemas. Para unos tienen un significado, otro, o el contrario, para algunos y a una inmensa mayoría sólo les gusta su rítmica y que simplemente rimen. Hay una frase corta de Hemingway que podría explicar lo que eternamente defenderé contra viento y marea, escrita en un cartón sujetado por un pobre padre de familia: “VENDO ZAPATOS DE NIÑO, SIN ESTRENAR”, apelando el autor a descubrir la desgraciada historia que podría esconder esta simple línea escrita. ¿Podría alguien no darle el mismo significado, leída a primera vista?, yo creo que sí, incluso cambiarla mejorando su impronta según el criterio y la imaginación del lector.

Pongámonos en tesitura: el cantautor comenzó los versos de su canción, así: ¡Mi Unicornio azul ayer se me perdió, pastando lo deje… y desapareció!.

Pues ese señor enamorado, padre emocionado o heterosexual reconvertido, entendió que hablaba de unos Jeans, sí, unos simples vaqueros, que al dejarlos secar al aire, puro y limpio de la Cuba rural, alguien se los robó. ¿Habrá algo más emblemáticamente americano que unos vaqueros, con el que asegurar al mundo entero que los cubanos anhelan algo tan propio de sus enemigos más directos?, dando a entender que la voz “Patria y Honor” no todos la llevan grabada en el corazón.

No todo tiene sentido en esta vida, y en ocasiones, sólo tienen el sentido que uno mismo les dé.

Para mi, cada vez que escucho la citada y preciosa canción de Sílvio, el cual ha negado por activa y por pasiva éste nuevo significado, explicando que el Unicornio de su canción es tal cual y mitológico por derecho, me imagino al ladrón esquivando las miradas a su alrededor, para poder atrapar su anhelado Unicornio azul, no teniendo posibles con los que agenciarse unos propios.

Gracias que la imaginación es libre, tanto como para poder escribir esta reflexión…. a mi manera.


Nota, referencia: “MI UNICORNIO”


Carlos Sergio Suárez Hernández


lunes, 17 de noviembre de 2014

Alzando el escudo y la espada (poema)


Crueles días de abandonos desaforados
Reliquias de otras vidas
De muertes esquivas y pacientes
Abstraídas y presentes, siempre lucharon  
En el pan y vino diario
Rodados caminos hambrientos de guerras
Del polvo que resecó sus ojos
Agitadas las grupas fueron
En dirección a nuevas tierras
De lenguajes comerciados
Bajo los mismos techos
Con razones y anhelos
Por los reinos reconquistados
Alzando el escudo y la espada
En memoria de quien fue crucificado
Marcando a fuego la virtud
El espacio y el miedo
Crueles días de abandonos insaciables
En respuestas sin consulta
En el escenario donde la pregunta
Llegaba como un rayo desde los cielos

Oh, tintineante señora (poema)


Don que reinas en la madrugada
Sorteando la luz entre las hojas
Aunque ya salga el sol
Te aferras a la mañana
Ama y señora en tu reino
Lavando nuestra cara
Con la paciencia de un juez
Amamantas cual nodriza
Amando la tierra
Obstinada en tu deber
Dando la cara, sin temor
De sosegada espera
Vuelve a lamer nuestras heridas
Oh, tintineante señora
Reconocemos tu bondad
Y es tan cruda tu realidad
Que por amor, te suicidas

La noche (poema)


El silencio es su voz
Su afonía, el viento
Acumulando sombras
Barriendo tiempos

Oscuridad perversa
Que evitas la luz
Inventando sueños
Y el amén de la cruz

Sinfonía ociosa
De tus cientos de escuadrones
Maullidos nostálgicos
Abstraídos de razones

Ocultando rincones
Revelando miedos
Atrapando amores
Que traspasan tu cerco

Dueña de los silencios
Y recuerdos que sonrojan
Es la noche y su aliento
Quien de mi alma... me despoja

Expuestos al huraño mar abierto (poema)



¿Quién fue?
¿Quién perpetró tanto dolor?
¿Quién hizo del ayer.
prisión de nuestro amor?

¿Las palabras o los hechos?
Lo que ya revolotea
Los rumores al acecho
Que no limpian la marea

Las miradas que se esconden
Tras el fino hilo del tiempo
Regresos que nos exponen
Al huraño mar abierto

Y como lloran ríos las montañas
Bajo el cálido verano
Se escaparon tantas lágrimas
Por no tender la mano

Respira,
Trata de pensar
Huye del ahogo
No mires más atrás

¿Quién fue?
¿Quién perpetró tanto dolor?
¿Quién hizo de éste querer,
un extraño y simple adiós?

viernes, 14 de noviembre de 2014

¿Por qué lo llamarían TOM TOM? (relato corto)




--Ya sé por que lo llamaron TOM-TOM. Es un juego de palabras por si se equivoca, por si te indica una dirección errónea, cuando señala insistente un precipicio de cien metros de altura hasta la playa— comentó Jonathan, mientras ojeaba la sección de Deportes del periódico del día, eructando aros de humo hacia la jaula de Sergey.

--¿Ya le has encontrado un fallo? ¡Con lo contento que estabas! Éste, te ha llevado dos semanas averiguarlo, eh, ¡cada vez te lo ponen más difícil—contestó su mujer Ruth, en el justo momento que la tetera avisa que el agua hervía ya –y por favor, deja de ahumar al pobre loro—

--No es un fallo, es un error del sistema, ¡del que programó el sistema!, mejor dicho. Alguien, en algún lugar del planeta, se ha equivocado al señalarle que a cien metros del camino de entrada a casa hay un desvío a la derecha. Además, justo donde hay un Tocón de roble de más de ciento cincuenta años, por lo menos— Murmuró Jonathan, insistiendo en dirigir sus proyectiles en dirección al pobre animalito.

El sonido de la bandeja, con el té recién hecho, al colocarla en la mesita central del salón lo abstrajo por unos segundos de su ataque sobre el Guacamayo: uno de los pocos elementos heredados que los padres de Ruth la dejaron al morir, junto con dos millones y medio de dólares con el que se estaban construyendo la casa de sus sueños.

--A ese culo desplumado le gusta el olor del buen tabaco—contestó Jonathan emulando una mueca burlona.

--Cualquier día se vengará de ti. ¡Pobrecito animal!—

En el justo momento que ambos iban a degustar el aromático té verde con frutas del bosque, el emborrachado pájaro soltó su chirriante latiguillo más utilizado. “¡¡¡(CS20H10), seguido de:  51º 23' 28.21" Norte / 99º 36' 27.17" Oeste!!!”, tras el cual, se volvió mudo otra vez.

-Maldito bicho con la calva en el culo- espetó Jonathan, casi a punto de quemarse los labios tras el susto recibido --¿Dónde demonios habrá aprendido a nombrar el Código Cartesiano?—

--Tranquilo, déjalo estar. En la vieja tele, ¿dónde si no? Recuerda lo aficionados que eran mis padres a las películas bélicas—

--No lo sé, pero extrañamente me recuerda algo ese (CS20H10). Sí, algo que he visto o escuchado fuera de aquí, lejos de su repugnante trasero—gritó haciendo muecas y señalando amenazante al viejo Sergey.

--No me extraña, lo suelta cada vez que puede. Lo has oído tantas veces que ya no lo sabes ubicar donde lo oíste por primera vez— 

--No, es algo más concreto, más real. Cada vez que lo escupe, parece como si intentara avisarnos o recordarnos algo. Y sólo lo dice cuando estamos los dos juntos, ¿no has reparado en ello?— Preguntó Jonathan, al mismo tiempo que intentaba ubicar  el cotorreante código.

--Entre el GPS y el loro, hoy me darán el día—susurró Ruth, mientras recogía el servicio y se dirigía ya de vuelta a la cocina.

--¡Eso es!, el GPS—Y tras dejar a su mujer con la boca abierta, cruzó la cocina, el trastero y el pequeño jardín, para llegar hasta el garaje.

El aparato de última generación iluminó el interior del Cherokee en breves segundos, mientras se maldijo, intentando recordar la secuencia que el desplumado y viejo loro se sabía de memoria.

--¡A ver!, sí, creo que lo tengo. Ok --

Tras pulsar el botón ENTER, la sucesión de colores tierras y verdes se iba acercando desde la infinidad del firmamento hasta aparecer la desesperante ubicación.

-¡No puede ser!—se dijo a si mismo -- ¿el Tocón?—

La cara de su mujer volvió a mostrar de nuevo sorpresa, cuando vio a su marido desandar sus pasos hasta quedarse enfrentado al Loro.

Y frente a él, le habló como si pudiera entenderlo. En vos baja, no queriendo parecer idiota, ni que su mujer lo pensara. –¿No me digas que el viejo tiene ahí escondido más dinero?--

Desde la muerte del padre de Ruth había intentado averiguar, sin levantar sospechas, cual era la procedencia de esa enorme cantidad, ya que su trabajo en la Central Eléctrica, nunca le hubiera proporcionado recursos suficientes para ahorrar tantísimo dinero.

Y sin perder un segundo, recorrió los cien metros camino abajo hasta el Tocón, circundándolo en busca del cofre del Tesoro, ya soñado.

Inquieto, con cara de pasmado y sonriendo bobaliconamente, descubrió que estaba en lo cierto. –Sí--, pronuncio, haciendo un gesto con el puño cerrado, bajando el brazo y subiendo la rodilla.

Una puerta de color verde, escondida tras la maleza que cubría lo que quedaba del viejo Roble, apareció ante él. Sin pensarlo mucho, intentó abrirla tirando hacia fuera con la fuerza de sus dos manos. El chasquido duró una fracción de segundos cuando, el dispositivo trampa, lo absorbió hasta una cavidad de cien metros de profundidad. Dando tumbos por la inaccesible pendiente, chocó contra una superficie rígida quebrándose ambas piernas. Aún angustiado por el dolor pudo encender el mechero que, extrañamente, no había salido disparado de sus raídos y ensangrentados pantalones, para descubrir con sus propios ojos cual era el origen de aquellos dos millones y medio.

La luz emitida por la potente llama, le mostró decenas de bidones de color amarillo chillón, con el enigmático y aterrador símbolo de la radioactividad que escondían en su interior.


Los gritos y gemidos no fueron suficientes para contrarrestar el imparable aletear del desplumado Sergey, repitiendo ahora incesante, CS20H11)... CS20H11)... CS20H11),...CS20H11)….

Y sigue palpitando (poema)


Quien esté ahí fuera lo podrá entender
Cuando dejas tus ojos alejarse
En la inmensa razón del tiempo
Pidiendo a gritos que te abrasen

Cuando el mundo desaparece
En el seno de las nubes
Y sigues palpitando
Sin sentir que nadie acude

Quien haya sufrido entenderá mis lágrimas
Y el escarnio que las provoca
Creyéndote ser lo primero
Y el nuevo día te cierra la boca

Y te sigues confundiendo
Mientras buscas los motivos
En el lugar equivocado
Donde la Duna ya cubrió el olvido

Quien quiera sentir lo que siento
Que ponga su mano sobre mi
Respirando profundamente
Recordando qué es vivir

Y no sentirá nada
Más que el equilibrio de la razón
Que insiste en las ganas
De este órgano sin amor

lunes, 10 de noviembre de 2014

Hoy es el día que nunca elegí (poema)


El silencio que tanto fingí
Aceptará por fin aquel consejo
Hoy es el día que nunca elegí
El momento que siempre dio miedo

Escribiré esta línea en mi sepultura
Citando a la huida, persistes evocada
Recordando tus ojos con ternura
Alzo la mano, y pido la palabra

Cobarde me sentí en un vacío nido
Si habiendo querido, nunca te besé
¿Por qué me negué? ¿Por qué?
Si tanto amor llevaba conmigo

Pero tú ya no estas aquí
Y yo, no puedo retroceder el tiempo
Aunque hoy es el día que nunca elegí
Volveré a llorar por lo que tanto siento

viernes, 7 de noviembre de 2014

Como deambular en la nada (poema)


No muero, no vivo
Aguardando tus caricias
Queda el amor confundido
Olvidado por tus ganas

No río, no lloro
Estoy en tránsito
Recordando cuanto añoro
Emociones sin lastima

No como, no duermo
El veneno esta en mi cuerpo
Ahora, vacío y yermo
Pensando en mañana

No vuelvo, no marcho
Maldito, en este cruce
Es todo tan extraño
Como deambular en la nada

No encuentro, no siento
Tu recuerdo me domina
El corazón triste y lento
Tan sólo alimentarán tus besos

Y que decir del frío
Que has dejado anclado en mí
Aterido sin mohín
Ruego llegue ya mi fín

martes, 4 de noviembre de 2014

Nadie se ha dado cuenta (poema)



En esta enigmática noche
Donde bailan las luciérnagas
Me reclama el espíritu del bosque
Mientras veo caer las estrellas

Y acudo sin condiciones
A sus brazos dilatados
Al regazo de una Madre
Llena de amor susurrado

Fugaces como un aleteo
Siguen llenando el cielo
Exenta mi voluntad
Entre los árboles me pierdo

Nadie se ha dado cuenta
Y otra alma se ha perdido
Cuando la última estrella cae
La naturaleza me ha acogido

En esta enigmática noche
Cuando todos se hayan marchado
El rumor del agua fresca
Borrará mi nombre y seré olvidado

En la próxima noche de estelas
Cuando ya no recuerde ser hombre
En el álgido punto en que mueran
Seré yo, quien tu alma robe

Cincuenta noviembres


Cincuenta noviembres
Asidos a mis recuerdos
Degustados con el asombro
De breves que se sienten

Un diminuto viaje astral
Que ha marcado a su pasajero
Descubriendo a grandes seres
Que lo han hecho tan real

Cincuenta otoños
Donde concluir el bosque
Despejando las hojas secas
Sorteando los demonios

Y a mitad de mi montaña
Vuelvo la vista para saborear
Ese ascenso tan dulce
Y las aristas que tuve que esquivar

Cincuenta años
Toda una vida
Si preguntas a quien camina
Te diré que no he visto atajos

Una alfombra procesada
Un río con muchos puentes
A veces una valla cercada
Pero siempre mía, y de mi gente




lunes, 3 de noviembre de 2014

Mi viejo amigo del país de los cuentos (poema)



Voy a escribir las memorias de un viejo amigo
De su viaje al país de los sueños
Y de sus lágrimas al descubrirlo muerto
Sentado mirando a la cara del olvido

El lugar que fantaseó ir de crío
Con sus campos verdes y libres
Que ahora son yermos y tristes
Lleno de consumidos ríos

Y las voy a escribir como él me lo mostró
Al mirarla con ojos sinceros
Lo incapaz de lo certero
Que el hombre siempre arrastró

Donde los animales de los cuentos
Se han disipado entre las guerras
Que sólo benefician al violento
Que pretende esquilmar la tierra

Y la escribiré en cuanto tenga un segundito
Después de enterrar sus restos
Junto al baobab que le sirvió de aliento
Mirando su África infinito  

Dejadme tan solo un momento
Que lo recuerde tal cual era
Un niño grande que jamás se sintiera
Más que poseedor de lo que trajo el viento

Que sople viento (relato corto)





Hoy la he seguido. Caminé tras ella a cierta distancia mientras se dirigía calle abajo por la avenida principal hacia el muelle. Creí que se encaminaría, como es su costumbre, hasta el final del espigón sin hacer parada alguna. Firme y decidida como parece demostrar en todos sus actos, pero no ha sido así.

Al llegar a la altura del Hidd Park, se detuvo durante unos cinco minutos en la esquina que sirve de parapeto ante los fuertes vientos que llegan desde la costa. Cinco minutos, que me parecieron malgastados voluntariamente mirando la montaña de hojas secas que acumula la briza marina cada tarde.

Absorta ante el cúmulo de hojarasca, parecía entristecida. Cabizbaja e inerte, entendí que estaba sumida en unos apenados pensamientos que, tras un tiempo excesivo para permanecer a solas en aquel lugar tan apartado, sosegó persignándose antes de retomar su camino de nuevo. Incluso levantó descuidadamente, más de lo prudente, el faldón de su vestido para evitar rozar aquella amarillenta y reseca maleza.

“Mientras retomábamos el camino habitual, recordé la hurtada conversación de la que fui testigo en la coqueta floristería que engalana vistosamente la estéril callejuela que lleva hasta la capilla de Saint George, en la que su dueña intentaba confiar en secreto su extrañeza por la desaparición de Lord Middelton, hace apenas unos días, a una afectadísima señora que parecía estar de acuerdo con dicha apreciación. No recuerdo ahora sus palabras exactas, pero insistía en el hecho de tener claro haber visto al citado Lord Middelton en compañía de una jovencita, tiempo atrás, de la que incluso se atrevió a dar un nombre que creyó escuchar al despedirse delante de su establecimiento bien entrada la noche: Valeria. Sí Valeria, como su hija”

Tras su inusual parada, llegamos hasta el muelle. Aún voceaban los pescadores su mercancía, no vendida, a pesar de que ya la afluencia de clientes era inexistente, cuestión que no distrajo, en absoluto, su paso firme habitual hasta el final de la escollera. Allí, realizó sus frecuentes ejercicios físicos en el tiempo estimado y ritual.

Al regresar hasta su casa nuevamente, la única apreciación a destacar ha sido la evitación nerviosa, mirando de reojo hacia aquella zona, de pasar por la esquina en la que estuvo detenida, cruzando a la acera contraria varios metros antes. Al llegar a ella, le esperaban la señora Brissth y la hermana del señorito Middelton. Minutos más tarde, al mirar tras la ventana que da a su sala de estar, pude comprobar que ambas venían como clientas, ya que la tenue luz ambiental, he comprobado, es precedente inequívoco del comienzo de otra nueva sesión.

Sé que me ha ordenado no perderla de vista en ningún momento, pero, sabiendo que la sesión dura al menos tres cuartos de hora, me he tomado la libertad de regresar hasta el montículo de hojas. Al limpiarlo a conciencia,  y tras llevarme un monumental susto,  he descubierto una cantidad excesiva de sangre bajo ellas. Como si allí hubieran degollado a uno de esos cerdos, que sacrifica usted mismo en su granja de Penintong Mills.

Tras la reunión de las tres damas, las visitadoras se han dirigido hasta la vieja comisaría de la isla. Allí no he podido descubrir los pormenores de la visita por la férrea vigilancia de un agente en la puerta de entrada. Al finalizar, la señorita Middelton ha salido llorando lánguidamente abrigada por el brazo protector del comisario. La ha despedido con la promesa de encontrar a su hermano con prontitud, ordenando a otro agente acompañarla hasta el barco que la devolverá hasta tierra firme.

Le alegrará saber que la vidente ha aceptado el dinero que me dio para ella, y que no recibirá más a la señorita Middelton. Le agradece haber atendido su llamada, en la que le explicaba su enigmático sueño de la noche del martes.

Creo haber cumplido mi trabajo con eficacia. Estoy regresando a casa mientras observo el apesadumbrado rostro de la señorita Middelton, a varios metros de mí, mientras suena la sirena de desamarre.

El lunes estaré en su despacho para el cobro de lo prometido, más un plus del que creo ser merecedor.

Si me permite decirle una cosa: no creo que nadie en esta isla, haya visto esa esquina del parque tan limpia como se la encontrarán mañana a primera hora, aunque por nuestro bien espero que esta noche sople viento, mucho viento.