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“La jungla nos envolvía con su manto de sonidos
primigenios. Hasta el río, dejando su inquebrantable cicatriz en esa
inmisericorde selva, aportaba su tono a la sinfonía que cercaba a los hombres,
apretando el manto a cada minuto. Ese río que servía al enemigo de cortafuego
imposibilitando nuestra retirada, como un batallón invisible en apoyo de su
asedio final, del golpe certero que quebrantaría nuestra desvencijada patrulla
antes de que amaneciera.
Pero el miedo no es una opción en dichas condiciones.
Hay que tener mucho valor, a pesar del miedo, para aguantar sin salir
corriendo. Mucho valor, para dormitar sabiendo que a pocos metros hay miles de
sombras que esperan la luz del día para matarte. ¡Mucho, mucho valor!, para
no volverte loco, e intentar seguir con tu rutina. Pero ese miedo no es nada
comparado con el que produce la ausencia de tales sonidos…. en el
gélido silencio de la jungla.
Y ese abandono de los ancestrales rumores de la
jungla era el que nos advertía de la inminente presencia del
enemigo… rodeándonos...”
Temblando como un flan y tras tomar una enorme
bocanada de aire, intenté romper aquel mutismo que nos anclaba al suelo,
escondido, abrigándome con la propia jungla.
-¡Noviembre!. Ahora estará bajando el Pow colmado de
las otoñales hojas secas que han abandonado los árboles al desamparo del
invierno. Ahora, millones de de ellas, viajarán hasta la costa a cientos de
kilómetros de Cartney, en busca del mar. Hay un dicho muy popular en mi pueblo
que expresa eso mismo: “si naces en Cartney y mueres en la costa, tu
vida ha sido plena, como las peregrinas hojas”–
-Lo siento mi sargento, pero el título de poeta ya
está adjudicado, se lo hemos otorgado a Moses- dijo el cabo Michigan, soltando
una sonora carcajada y señalando a quien dormitaba tres palmeras a su derecha.
-¿Pero ese no es el recluta Manhattan?- pregunté,
extrañado de escuchar un nombre de pila.
-Sí, señor, pero él quiere que le llamemos por su
verdadero nombre, dice que no se identifica con su ciudad: que es una ciudad de
blancos ricos.-
Y recuerdo que aquella información me evocó pensar en
las dificultades de un muchacho de color en la enmarañada ciudad de los
negocios y las grandes transacciones comerciales.
-¿Moses?, ¿y por qué nadie me ha avisado de que en
nuestra patrulla teníamos a un Moisés? ¡Joder!, que abra un pasillo en
ese jodido río para poder pasar al otro lado.
Entonces, las carcajadas fluyeron generalizadas, in
crescendo, hasta despertar al mismísimo citado… no entendiendo, ¡el pobre!,
nada de nada. Benditas risas, que nos evadieron por unos minutos alejándonos de
aquel infierno Charlie, apagado y mudo.
-Eran hombres, Rufus, en toda la aseveración de la
palabra. Hombres desprovistos del miedo que da la confirmación de estar a las
puertas del abismo. Cuando ya su único camino no conlleva más que dar un paso
al frente y plantar cara a quien asusta sin ni siquiera verlo-
-Te preguntarás ¿cómo estoy aquí si estábamos
rodeados sin salida alguna?
El perro, que escudriñaba el horizonte con su
deprimida paciencia, levantó la mirada hasta encontrar los ojos de su dueño al
nombrarlo.
-Buena pregunta, porque en verdad lo he descubierto
hace bastante poco. Además, en uno de esos documentales que te gusta tanto
mirar, donde un guerrillero vietnamita, tan viejo como yo, recordaba haber
retirado sus tropas a última hora sobre una patrulla americana, al escucharles
reírse, pensando en que sí reían es que no tenían miedo a nada.-
-¿Sabes, Rufus?, ahora me
gustaría volver a sentir el abrazo de aquella jungla y rodearme de ella-