miércoles, 31 de diciembre de 2014

BENDICIÓN APACHE (Anónimo)


Que el Sol te traiga una nueva energía durante el día.
Que la Luna suave te restaure por la noche.
Que la lluvia lave tus preocupaciones.
Que la brisa sople nuevas fuerzas en tu interior.
Que camines suavemente por el mundo y conozcas su bellaza todos los días de tu vida.


Texto reseñado y cedido, por Emilio García Trujillo.

lunes, 29 de diciembre de 2014

VERSOS SON VERSOS


No me pares ahora (Queen – Don´t stop me now)
Tocando las puertas del cielo 
(Bob Dylan - Knocking on heavens door)
Negro es negro (ACDC – Black is black)
Cuando un ciego llora (Deep Purpel – When a blind man cries)

El cielo está en tu mente (Traffic – The Sky is in your mind)
Dondequiera que esté mi sombrero (será mi casa)
(Paul Young - Wherever I Lay My Hat (That's My Home))
El amor está en el aire (John Paul Young – Love is in the air)
Un poco no es suficiente (David Lee Roth – A little ain't enough)

En la casa del sol naciente 
(The Animals- The house of the rising sun)
Padre e hijo (Cat Steven – Father and Son)
Siempre (Bon Jovi - Always)
Tienes un amigo (James Taylor – You got a friend)

¿Puedo jugar con la locura? (Iron Maiden – Can I play with madness)
Diamantes y moho  ( Judas Priest – Diamond and Rush)
¿Hay alguien ahí afuera? (Pink Floyd – Is There anybody out there?)
El amor es la cura (Sweet – The love is the cure)


martes, 23 de diciembre de 2014

¡AY, TOMÁS, TOMÁS! (Relato - humor)



Tomás cogió el toro por los cuernos,
literalmente, le echó redaños.
Volvió a la casa y con ojos tiernos,
se dejó de mentiras y apaños. 

María es verdad, te he mentido.
Ayer no me asaltaron en la ciudad.
Solo que quería comprarte un vestido,
y esa es toda la verdad. 

Ella tomó aire antes de hablar,
para luego cambiar de color,
Y espetarle antes de gritar.
¿Y dónde está ese vestido, mi amor? 

Tomás dijo sereno y con calma.
Verás, no te lo vas a creer,
con todo el dolor de mi alma,
no sé donde lo he podido perder. 

¿Era de color rojo, como me gusta?
¿Y de encajes en la falda?
Exactamente, y se ajustaba perfecto,
a la caída de tu espalda. 

Tomás piensa un poco y suspira,
antes de preguntarle a su esposa.
¿Me crees, cariño?, no es mentira,
¿pero cómo adivinas esas cosas? 

Tengo un sexto poder.
Le dijo mirando al final de la calle.
O es que a Susana acabo de ver,
luciéndolo en todo su talle. 

Tomás gira el torso para encontrarse con Susana,
y al volver a encarar a su mujer,
mirarla luciendo el regalo con cara lozana,
el color en su rostro volvió a perder. 

Perdona María, él comenzó a decir,
cuando la puerta se cerró con firmeza.
Y de Susana vio el dedo sobresalir,
antes de comenzar a dolerle la cabeza. 

Y Tomás volvió a coger por los cuernos el toro,
literalmente, le echó redaños.
Y muy erguido marchó frente a todos,
pero en el redil volvió a dormir con el rebaño.

viernes, 19 de diciembre de 2014

Como Lady Halcón (poema)


Le pregunta la noche al día
¿cómo poder vernos?
¡hablarnos!, ¡mirarnos!
Insinuar que seas mía

Que alboradas y ocasos
No son suficientes
Donde enredarnos en colores tenues
Y el tiempo se presta carente

Tu ardor, tu pasión
Necesito como las estrellas
Y te sigo y te sigo
Y seguiré siempre tus huellas

Le responde el día a la noche
Yo también lo querría
Y te persigo cada minuto
Anhelando tu alma fría

Por eso te envío auroras
Que te hablen de mí
Que te susurren, que te acompañen
Para que sepas que estoy aquí

Tu calma, tu silencio
Es la impronta de mis sueños
Y te busco y te deseo
Y que mi amor por ti es eterno

martes, 16 de diciembre de 2014

De lino blanco vistió el paraje


Se fueron los días tiernos del otoño
Quedando monótono el crudo paisaje
Absurdo el rigor y la letanía
De lino blanco vistió el paraje

Tu voz se fue también con sus ecos
Proyectando un recuerdo venidero
Que los pájaros quisieron imitar
El rumor amable de un lánguido quiero

Y que decir de las risas vagando en el viento
Esas que se amontonaron como las hojas caídas
Como alegres copos en busca de huída
Mecidas con la calma y la fe del tiempo

Se fueron recordando el campo cubierto
La paz, la condena del color atenuado
Los requiebros dormidos que nos daba el sol
De la estación que sucumbe a un amor mitigado

Tu rostro se fue también en la ventisca
Adquiriendo un tono de claro enfado
El trino y el llanto se enredaron enojados
Atrapando otro amor en la eterna prisa

Y que decir de los que quedamos
Bajo las hojas y la nieve tupida
Sin sentir tu voz, sin ver tu rostro
Conminados a sufrir la fría herida


lunes, 15 de diciembre de 2014

De ida y vuelta


De ida y vuela
Del azul al blanco
Espuma y roca
Y su suave manto

Llorando al lamer la orilla
La marea se desespera
Creando altivas olas
Queriendo llegar primera

A veces tan alto
A veces de cara al sol
A veces en el fondo vasto
Viajando, viajó

La mar, el mar
De género difuso
Y sin querer propuso
También océano al que amar

Reunión inmensa
De simples gotas de agua
Que, empujadas fraguan
Tormentas perversas

De ida y vuela
Del azul al blanco
Espuma y roca
Que a veces es llanto


miércoles, 10 de diciembre de 2014

TIEMPO DE RENCOR ( Capítulo 4 - Novela terminada)


C A P Í T U L O - Nº 4

Al agente especial Anthony Daniels le adjudicaban todos los casos de muertes violentas que se producían en el medio oeste, y los de los últimos nueve meses no iban a ser una excepción. Aunque era originario de Detroit había pasado casi toda su vida en Washington, cerca de la academia del FBI. Graduado con honores en la promoción del año 2000 su carrera había sido dirigida desde arriba hacia un campo específico, convirtiéndose en el mejor en pocos años. Con gran experiencia en casos extraños de muertes con base casi nula, y por base se refiere a que dichas muertes tenían poco o ningún argumento del por qué se produjeron, sabía que aunque podrían tener o no conexión entre ellas francamente le iba a costar Dios y ayuda encontrar un hilo común ya que ni por separado tenía indicio alguno.

En este caso necesitaba ayuda especial y había solicitado la incorporación de la investigadora Jennifer Staton, con la que había trabajado en varios casos anteriores y con quien congeniaba de forma eficaz a nivel profesional.

Cuando la agente Staton llegó a la oficina todas las pruebas estaban desordenadas encima de una enorme mesa anexa a los dos escritorios habilitados para ambos investigadores. Sin pensárselo dos veces se dirigió al pequeño cuarto donde habían colocado la cafetera para prepararse uno doble antes de comenzar a ordenar toda aquella maraña de informes y fotografías que les habían enviado sobre los cuatro casos en cuestión. Después de oír sonar varias veces el teléfono aún siendo las siete y media de la mañana, cuando el agente Daniels entró en el pequeño cuarto ya sabía que la presión de los jefes era enorme y que no les iban a dejar que disfrutaran de muchos cafés más.

Ya empezamos –

El agente especial Anthony Daniels, con un coeficiente intelectual que sobrepasaba con mucho la media estatal, tenía un humor aguantable sólo por unas pocas personas.

-¿Qué creías, que venías unos días de vacaciones?-

-No ya, el trabajo contigo nunca se podría comparar a unas vacaciones. ¿Qué dicen?–

Sacando un pequeño block del bolsillo interior de su chaqueta hizo como si fuese a leer algo.

-¿Qué van a decir?, lo de siempre, ¿qué si tenemos algo?-

-¿Qué creen que somos, Gurús?, todavía no hemos clasificado ni siquiera la información, ¿Quién de los fallecidos les hace tener tanta prisa?-

Nacida en la pequeña isla de Edgartown, en el estado de Nueva York, su especialidad era la de encontrar personas, vivas o muertas, esa cuestión era de poca importancia. Con siete años de experiencia de un total de treinta y tres, bien llevados a no ser por una extrema delgadez que contribuía junto a su falta de cuidados estéticos a que la sección masculina del cuerpo de policía la ignorase fuera del ámbito laboral, inteligente como para asustar a los pocos hombres que le gustaban, su trabajo se basaba en investigar a los familiares de los desaparecidos hasta dar con una causa, posible motivación para que el desaparecido permaneciera fuera de la vista de todos. Pero con los muertos recientemente hallados sus técnicas servirían a la perfección. Y más sabiendo por quién deberían comenzar tales pesquisas.

-El allegado al Alcalde de Watertown, el Sr. Harry Ambrosio, amigo personal y primer suministrador de la Guardia Nacional en el estado de Nueva York. ¿Te parece bien?-

-Me parece estupendo, ¿por qué vamos a trabajar sin presión pudiendo trabajar bajo máxima presión? Es estupendo.-

Cuando cuatro días antes le había pedido que le ayudara en estos casos sin causa aparente y que ahora, expuestos sobre la mesa, sabía que habían llenado durante semanas las portadas de los distintos periódicos locales y nacionales, confirmó que no iba a ser un trabajo fácil y, lo peor de todo, que no se lo iban a poner nada fácil tampoco.

El agente Daniels tenía un ritual para comenzar siempre cada nuevo trabajo. Escogía la foto más horrible de cada caso para colocarla en un tablón, en este  caso tras la mesa de pruebas. La imagen más dura, la que ninguna madre quisiera ver de un hijo, la que haría volver la cabeza hasta los profesionales más experimentados. Así se motivaba para encontrar una solución lo antes posible, así tenía un argumento especial para no descansar y, sobre todo, para honrar la memoria de aquellos que murieron a manos de alguien tan inhumano como para cometer una acción tan mezquina, ya que no le había valido con quitarles la vida sino que se deleitó infringiéndoles más dolor del necesario.

-¿Qué te parece si comenzamos? - preguntó, aún sin acabarse el primer café.

-Me parece- Esa era la respuesta que daba más a menudo, siempre procuraba no utilizar la palabra sí. A cualquier pregunta afirmativa nunca contestaba con el si normal que contestaría todo el mundo. Era su sello particular, y también la hora de empezar.

Después de colocar las cuatro fotos más duras que se encontró entre toda la documentación recibida, tuvo la extraña sensación de ver posar a los cuatro cadáveres. Normalmente, cuando se encuentra un cuerpo de alguien muerto de forma violenta sus cuerpos quedan expuestos de las maneras más inverosímiles, contraídos, doblados en posiciones nada naturales y con los rostros ocultos o semi-hundidos en agua, tierra o vegetación, casi nunca tan bien ubicados como lo estaban en todas aquellas fotos, como si hubieran posado para alguien.

Lo más rápido que pudo fue al encuentro de la agente Staton, que en el pasillo estaba intentando abrir uno de los viejos archivadores que le había proporcionado la oficina del Sheriff de Naperville y que desde el sótano habían subido esa misma mañana hasta la quinta planta. La improvisada oficina contaba con: dos desfasados ordenadores, dos líneas de teléfono, una mesa enorme, dos escritorios, dos sillas, un tablón en la pared, un cuarto donde un fax, una copiadora-impresora y una maquina de café hacían todo el ruido posible, un afilador de mesa y dos ceniceros que no pretendían usar ninguno de los dos. Al final del corredor un baño y un almacén donde se guardaba todo lo que iban sacando de cualquier otra dependencia en los pisos inferiores.

Fuera de la oficina en el pasillo, ya que el espacio dentro no lo permitía, dos archivadores, uno para el material y otro para la documentación de los casos, donde la agente Staton se estaba dando por vencida en la tarea de abrirlos y ya se había encaminando al final del pasillo para refrescarse la cara en un pequeño aseo común.

Con medio cuerpo en el pasillo le chistó primero y le preguntó después. – Schisss… ¿quieres ver algo curioso?-

Unos segundos delante del enorme tablón y no pudo por menos que confirmar su teoría. –Tienes toda la razón, parece como si posaran para la cámara. Este podría ser el nexo común, los cuatro cuerpos fueron fotografiados por la persona que los mató como recuerdo de sus crímenes

- O, como prueba del encargo solicitado- se apresuro a apuntar Daniels.

¿Quién le haría una foto a un cadáver?, un coleccionista loco y psicópata, pero también podría ser un sicario como prueba ante su pagador-

Cuando necesitaba pensar con claridad caminaba y aunque el espacio dentro de la oficina era mínimo no dejó de recorrer la estancia durante largo rato. Mientras paseaba de un lado al otro notó que una ligera brisa se colaba por una rendija de la única ventana al exterior, cerrada casi siempre ya que daba a un callejón trasero donde depositaban los contenedores de basura. Era agradable entre tanta dura visión y además relajo el ambiente mientras refrescaba parcialmente la exigua oficina. Parecía que el aire fresco trajo ideas frescas con él.

–“Internet”, introduciré todos sus nombres a ver que logramos- Ésta sencilla técnica le había dado buenos resultado en varias ocasiones. Introducía una serie de nombres o lugares en el buscador y salían las más variadas y extrañas coincidencias.

En el espacio reservado para el texto introdujo los nombres de las cuatro víctimas: Harry Ambrosio, Malcond Trenton, Josh Del Piero y Thomas Brown. El ordenador se tomó su tiempo pero después de medio minuto empezó a reseñar páginas con los citados nombres. Sobre la cuarta ventana comenzó a referir el nombre de Thomas Brown, con el USS MISSOURI y de ahí en adelante en casi todos los enlaces que fueron apareciendo uno tras otro.

Entre la numerosa documentación buscó las edades de los fallecidos. Entre 83 y 89 años. Eran demasiado ancianos para ser víctimas lógicas de ese tipo de asesinatos. Las estadísticas no los incluían en el margen de edad para fenecer de forma violenta, “pero así había sido y tenía que encontrar el motivo”.

Volvió a introducir USS MISSOURI y Thomas Brown y espero unos instantes. Mientras, al teléfono, Anthony Daniels llamaba a uno de sus antiguos amigos con quien, desde hacía bastantes años, mantenía una larga colaboración.

Para el departamento de estado era más fácil acceder a cierta información que desde cualquier otro servicio de seguridad. Al abrir una de aquellas páginas se encontró con un texto que rezaba: “Thomas Brown, el único afro-americano en la cubierta del USS Missouri el día de la firma, por parte del ejército Imperial Nipón, de su rendición y del final de la guerra.

El día 2 de septiembre de 1945, entre la formación de honor tras los mandos del ejército de los Estados Unidos, el varón de raza negra Thomas Brown fue el único afro-americano en presenciar la rúbrica del documento que daba término a la guerra entre Estados Unidos y Japón. Hoy, 2 de septiembre de 1995, le rendimos un sincero homenaje al recibir la cruz de plata del Congreso en el quincuagésimo aniversario de tan señalada fecha”. El texto seguía alabando su posterior carrera militar y dándole las gracias por defender
su país.

Las páginas se sucedían siempre con la misma referencia. El margen de edades le cuadraba, el menor podría tener veinte años en la guerra. Thomas Brown tendría entonces veinticuatro.

Sin dejar de mirar las siguientes páginas en el ordenador revolvió entre la documentación de los otros tres sin encontrar más evidencia que la de que todos habían hecho carrera en los distintos cuerpos armados de EEUU. Daniels, que la había estado observando desde la ventana mientras hablaba por teléfono, no pudo por menos que dejar colgado a su amigo, quien desde el otro lado de la línea seguía parloteando sin enterarse de nada.

– Podría ser -.

- ¿Podría ser, qué?, - espetó ella. -sólo tenemos una relación profesional entre distintas personas de diferentes condados. Es como si fuera lógico pensar que por el hecho de ser policías, cada vez que muriese uno tuviéramos que investigar a los demás polis. Dijo casi molesta con ella misma. – Aunque para empezar no está mal. Me pido ir a Kansas, tengo allí una tía

– ¿Y el rubito engreído del FBI que conociste en Virginia por el caso del francotirador, no es de Kansas?

- Si, pero yo iré a ver a mi tía. ¿OK?

- OK, OK – dijo el agente Daniels no sin antes soltar una risita burlona.

- ¿Qué te ha dicho tú amigo del Departamento de Estado?

– OH, joder lo he dejado colgado, mierda. Volveré a llamarlo, a ver si me coge el teléfono. Tú vete haciendo las maletas.-

Del bolsillo interior de la chaqueta sacó dos tarjetas de crédito y le dejó una encima de la mesa. – No te lo gastes todo con el rubito – Volvió a reír, esta vez alejándose de ella por si acaso. Antes de volver a marcar el número de su amigo le recordó. – Quiero un informe diario para reenviar a los jefes. No más tarde de las 20:00 horas.

– Ya, y yo quiero casarme y tener hijos pero hay un pesado que me llama para que le eche una mano en todos los jodidos casos más extraños que pueden haber y no tengo tiempo. Te enviaré un informe cuando tenga algo y si los de arriba tienen tanta prisa, que se encarguen ellos de patear las calles y hablar con un montón de gentes que la mayor parte de las veces, aunque son familiares de los difuntos, o no tienen ya relación con ellos o no les han visto en décadas. Cuando termine de hablar con todos te enviaré lo que tenga, ¿vale?

– Vale. Siempre a tú manera.

-Es la mejor, y la que te hace cabrear también. Es perfecta. –

Ya no volvieron a hablar hasta diez días después.


TIEMPO DE RENCOR ( Capítulo 3 - Novela terminada)


C A P Í T U L O - Nº 3

Quien no conociera al viejo John Dee no sabía que le gustaba parlotear como una cotorra y que en el único lugar donde no escupía frases sin ton ni son era desde lo alto de su pequeño camión cisterna cuando regaba los terrenos de su recientemente adquirida plantación de cereales y donde disfrutaba de su pequeña pasión, la música clásica. Era su primera temporada y estaba verdaderamente ilusionado. Desde su flamante retiro no cejó hasta conseguir la parcela que quería, una bella explanada con una ligera pendiente final hacia el sur.

La propiedad incluía casa, adosado para invitados, garaje, granero, caballerizas y un coqueto bunker a trescientos metros de la vivienda principal. Las primeras horas del día, y después de atender a los pocos animales que le habían endosado en el contrato de compra, las dedicaba a repartir agua a su niña, como a él le gustaba llamarla. Su trozo de terreno dorado donde ya los brotes tenían una considerable altura.

Quien no conociera al viejo John Dee no sabía que le gustaba jugar al ajedrez y que nadie sabía cómo podía mantenerse callado durante las largas partidas. Que en el último torneo comarcal de aficionados, sus amigos, a punto estuvieron de apostar cuánto podría aguantar, y aunque jugaba verdaderamente bien, la atención de sus conocidos siempre se centraba en lo que pudiera permanecer sin soltar alguna de sus frases más célebres. Jefe del equipo comarcal y promotor de los muchos pequeños torneos para principiantes que se celebraban en todos los institutos de la zona, se implicaba verdaderamente con su comunidad cuando la ocasión lo merecía.

Quien no conociera al viejo John Dee no sabía que su única nieta era lo que más quería en el mundo, que desde la muerte de su esposa, diez años atrás, no había ninguna persona en la tierra que le produjera más júbilo que aquella pequeña, rubia, preguntona, alegre, y cariñosa criatura de cuatro años de edad. Que si faltase a alguno de los torneos que él mismo organizaba sería por aquel encanto de ángel a la que entrenaba para ser la nueva Nana Alexandría y cuyo nombre compartía en su honor.

Y quien conociera bien al viejo John Dee, no podría imaginar nunca la barbaridad que había cometido sesenta y tres años antes y tampoco cuántas veces se había arrepentido de ello, “quizás tantas como días habían transcurrido desde entonces”.

Y muchos de esos días no conseguía dormir, se acordaba de lo que le habían hecho a aquellos seis muchachos aquel mes de septiembre y no lograba conciliar el sueño. “El remordimiento es un sentimiento indómito, florece sin regarlo y vive sin cuidarlo”,- leyó una vez en un libro del que ya no recordaba su nombre -. No podía borrar esa mancha de su pasado y en su última etapa de vida le reconcomía con más fuerza aún. Además, después de enterarse de que cuatro de los participantes en aquellos hechos habían fallecido recientemente, todo comenzó a brotar en su memoria día tras día. Los detalles se dispersaban en su cabeza pero el resultado no había variado un ápice. Siempre la misma escena, siempre los mismos rostros, sin nombres, pero rostros nítidos aún después de tantos años.

Dos días atrás, habiendo pasado casi tres sin pegar ojo, descolgó el teléfono para llamar a sus amigos Tacker y Tom, quienes veintiocho años atrás lo encontraron por medio del departamento de comunicación del ejercito al enterarse de que venía repatriado desde el Vietnam después de haber sido herido en la parte izquierda de su cuerpo, en el que también sufrió una severa lesión en el oído interno. De aquella herida ya sólo le quedaba una profunda sordera y una cicatriz de sesenta centímetros en el costado, gracias a la cual le había quedado una fabulosa pensión con la que financió el sueño de su vida.

Desde hacía quince se reunían una vez cada año. Éste le tocaba en su casa y estaba acondicionando el bunker para ello, le parecía el mejor lugar para que unos viejos fusiles de asalto retirados de la circulación, como de forma divertida se llamaban entre ellos, pasaran unos días rememorando sus viejas batallas y haciendo terapia de grupo sobre su más que reprochable actuación en el verano de 1945. Le enojaba de manera especial que Del Rio no reconociera lo erróneo de su conducta después de catorce reuniones mantenidas y que además fuese en aumento sus motivaciones para justificar un hecho injustificable definitivamente. Los años transcurridos y las batallas posteriores le cambiaron la forma de ver al enemigo, cada vez más amigo por el sufrimiento común, por el desgaste físico pero principalmente por el psíquico al que son sometidos los combatientes en acción. “Lo que en un principio es orgullo y coraza se convierte con el tiempo en coraje y conciencia”.

El hecho de matar a dieciocho personas en las distintas batallas que viviera en su carrera militar no le produjo nunca el sentimiento que por el contrario revivía noche tras noche por lo ocurrido con aquellos seis jóvenes japoneses inocentes.

Sólo se pudo enterar del nombre de uno de ellos, que en un principio creía era Shio pero muchos años después con la introducción de los ordenadores personales e Internet en casi todos los hogares se preocupó de buscarlo encontrando el nombre de Kio Shimoshi, muerto de un infarto el día 1 de septiembre de 1945 en el USS Missouri, el día anterior a la gloriosamente humillante firma de rendición por parte del ejército imperial japonés. Todo con el tiempo se ve de manera distinta, lo que en un principio fue alegría desbordada ahora, tras seis décadas, se había convertido en una amarga y profunda pena por participar en aquello.

Ya con su edad ninguna batalla ganada le satisfacía. Ni Irak, ni Afganistán. No entendía qué hacía el ejército Americano en esos lugares tan alejados, sabía perfectamente que era por seguir con la rueda de la industria armamentística, pero ya ni eso les debería de valer. Esperaba con toda su alma que si saliera elegida la propuesta del nuevo congresista pondría orden en todo este caos.

Tres días antes les había invitado a disfrutar de una velada de música en el Singletary Concert Hall. Quería haberlo hecho varios años atrás pero nunca surgió el momento, cercanos a su reunión anual tenía que hablar con ellos cara a cara.


Ciento veinte kilómetros separaban su plantación de la ciudad de Lexington donde ésta noche oirían a la Lexington Philharmonic con Mysha Maisky al cello. Los tres llegaron casi a la vez, justo para saludarse eufóricamente y con rapidez entrar al concierto. A la salida sus caras no demostrarían el buen ambiente del principio.

martes, 9 de diciembre de 2014

Cuando ella cierra la puerta (poema)


Aparté sin sombra la mano amiga,
apátrida de necesitados abrazos.
Imponiendo querer, quebrando lazos,
y ahora mi alma te añora furtiva.

Fui tan lejos buscando respuestas,
que el camino olvidé.
Ahora no pienso más que en volver,
al amable regazo de tus manos abiertas

Caminé sobre las aguas,
en mi orgulloso tránsito.
Y ahora encauzo la nada,
del río muerto, que anduvo álgido

Detuviste mi amor,
no pudiendo llegar más allá.
Ya tus puertas están cerradas,
y tú encerrada detrás

Clamando al cielo, ahora te busco,
cuando todo hice por alejarme.
La llave echaste, no puedo acercarme.
El rechazo es dolor, y tu desamor justo

La más gruesa cuerda,
se vuelve tan quebradiza,
huraña y huidiza,
cuando ya queda cerrada...   tu puerta.
Aceptado el guante, al que me ha retado Jesus Fernandez ARCHIMALDITO. Quinta y última foto del  #fivedayblackandwhitechallenge y por consiguiente y por cumplir con las reglas, me permito retar a +Larrú, si le apetece y acepta, Gracias, Larrú
.
Tuve dificultades para subir cosas desde el viernes, pero ya estoy operativo de nuevo. Con la foto elegida para hoy, reclamo la imagen del pensador, de Auguste Rodin, como ejemplo de las personas que primero piensan y luego hablan. Así termina mi reto, entrecortado, de esta iniciativa que me ha parecido muy buena.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Veo las sillas conversar


Así es mi comulgada inspiración
Convirtiendo arqueadas ramas en puentes
Donde no pueda anclarse reflexión
Y solo emergen danzarinas simientes

Aquí está, y con ella vivo
Rotos los lazos adheridos
Fluye serpenteante mi mente

Y seguiré viendo ventanas parpadear
Y a las sillas conversando
Mientras los toldos me sigan llamando
Nunca dejaré mi entorno, de versar

Y ya se apoderó de mis ojos
Arrancando el mar de mi vista
Dejando unidos cielo y lodo
Y en la línea del horizonte brotan aristas

Aquí está ya y se hará madrina
Reinará como una diosa
Asfixiando mi alma anodina
Matará razón bajo su losa

Aquí seguirá, y con ella moriré
Ya miles de abrazos olvidé
Canjeados por ver llorar las rosas

Aceptado el guante, al que me ha retado Jesus Fernandez ARCHIMALDITO. Cuarta foto del  #fivedayblackandwhitechallenge y por consiguiente y por cumplir con las reglas, me permito retar a +Menchi Arbego, si le apetece y acepta, Gracias, Menchi
.
Con la foto elegida para hoy, clamo a los cielos para que haya más tolerancia en el mundo.


miércoles, 3 de diciembre de 2014

Aceptado el guante, al que me ha retado Jesus Fernandez ARCHIMALDITO. Tercera foto del  #fivedayblackandwhitechallenge y por consiguiente y por cumplir con las reglas, me permito retar a +Carmen Silva Rodar y Volar) ., si le apetece y acepta, Gracias, Carmen
.
La foto elegida hoy, es para mí la representación de la camaradería, la esencia del lobo llamando a su manada, alegórico a la Comunidad de Google, donde compartimos todo lo que nos motiva..


martes, 2 de diciembre de 2014

Aceptado el guante, al que me ha retado Jesus Fernandez ARCHIMALDITO. Segunda foto del  #fivedayblackandwhitechallenge y por consiguiente y por cumplir con las reglas, me permito retar a +Federico Rivolta ., si le apetece y acepta, Gracias, Federico.

La foto elegida hoy, es para mí la representación del Amor, que, según hacia donde se dirija: a  un lado u otro, enciende o apaga irremediablemente.


lunes, 1 de diciembre de 2014

Acepto el guante, Of Course. Primera foto del  #fivedayblackandwhitechallenge al que me ha retado Jesus Fernandez ARCHIMALDITO y por consiguiente, me permito retar a Mar V., si le apetece y acepta, Gracias, Mar.
La foto elegida es de las más personales en blanco y negro. Un chiquillo de siete años, al que me encuentro siempre que cierro los ojos para dormir. Hace 43 años ya, donde ha llovido, llueve y espero que siga lloviendo por mucho tiempo.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Mi otra pasión (creados con Illustrator y Photoshop)


Un poco de humor


Menesteres de vieja usanza (poema)


Toma mi mano viejo artesano
Moldea con gracia mi mundo
Acaricia una vez más lo impalpable
Urde mi mente en lo profundo

Y así, me impregnaré de de ti
De tu ensueño delante de la nada
A la que sacar esquirlas de todo
Invisible imagen, en tu mente surcada

Y del origen, creas un destino
Andando al paso, sintiendo amor
Regodeada insistencia de ese camino
Labrado en el silencio, de su interior

Creando un espacio nuevo
Al que se dirigen todas las miradas
Hablando hacia adentro
Con la voz de quien da la palabra

Relegados como el dolor
Menesteres de vieja usanza
Sustitutos de esperanza
Degradados al desamor

¿En qué urna guardaría esas manos?
Para mostrar en el más grande museo
Donde brillara su espíritu
Donde revelar su fiel deseo

martes, 25 de noviembre de 2014

Detén tu camino si ves mi espalda (poema)




No abrigues  mis manos, si están cerradas
No beses mis labios, si ahora aprieto
Detén tu camino, si ves mi espalda
Te ruego vivir, aunque estés muy lejos

En mis cabellos grises ondularé tu nombre
En la mar eterna ahogaré tus besos
Cuando mire atrás, llamando a tu rostro
Fingiré no recordar, lo que fue el hecho

Y es tan frágil la sinrazón
Y fue tan duro aquel momento
Verte besar al quien fue un amigo
Fue como hurtar al mar, sus bellos reflejos

Que endurezcan los caminos la lluvia fría
Y que reverberen las arenas de los desiertos
Es el cristal de la razón quien determina
Aunque mi corazón grite rabioso que ya estoy muerto

lunes, 24 de noviembre de 2014

TIEMPO DE RENCOR ( Capítulo 2 - Novela terminada)


C A P Í T U L O - Nº 2

La misma brisa que traía el olor intenso del Laínz desde los negros acantilados de la parte norte alejaba los gritos ahogados de once jovencitas por los frondosos y abruptos acantilados de la parte sur. En el interior de la vivienda se recogía toda esa fragancia durante gran parte del año, al igual que las penurias silenciadas de un grupo de chicas, de distintas partes del mundo, que habían sido traídas por la fuerza hasta aquella atalaya desde donde se divisaba una de la puesta de sol más hermosa. -“Thao sy”- llamaban a aquel punto estratégico en la menor de las islas de Japón.

Khaninkotan, en el archipiélago de Hokkaido, se levanta seiscientos metros sobre el nivel del mar para acercar su belleza a un cielo azul radiante casi todo el año. 

“¿Qué sucia y perversa mente podría elegir este hermoso lugar para utilizarlo en la peor de las prácticas de la que el ser humano puede ser capaz?” “¿Quién podría estar detrás de tan bajos instintos y tener el privilegio de disfrutar de unos paisajes de tan inmensa belleza?”

El jardín estaba situado en la parte posterior de la casa, hacia el oeste, las mejores vistas y atardeceres se disfrutaban entre sus flores, sus negras piedras y sus tranquilos estanques llenos de coloridos peces. Un estrecho porche elevado ayuda a divisar, desde varias mecedoras con más calma y sosiego, el mar donde muere un enorme sol cada tarde. El mismo sol que obligatoriamente tenía que iluminar las horrendas escenas diarias que se producían en las estancias que rodeaban aquel maravilloso jardín.

Una única y estrecha carretera de tierra daba acceso desde los límites de la hacienda, a seis kilómetros de distancia, donde muy pocas personas tenían permiso de transitar incluso por sus alrededores. La mayor parte del año era utilizada por pequeños y solitarios vehículos de abastecimiento, cuando dos o más vehículos de alta gama circulaban por ella solo podían traer más calamidades a las únicas criaturas que no disfrutaban para nada lo que aquella hermosa tierra desplegaba a diestro y siniestro. Sus ojos solo veían viejos decrépitos, sádicos borrachos y oscuridad.

Cuando llegaban los convoyes de coches de lujo los habitantes de los alrededores sabían que era tiempo de bonanza ya que los mejores pescados, carnes y otros alimentos de la pequeña isla terminaban en la casa en lo alto del Thao sy. Eran los únicos que esperaban con ansia y alegría el paso de esos lujosos coches hacia la zona alta de la isla, porque no eran sus hijas, nietas o hermanas las que cuando oían más de un vehículo en la entrada de la casa comenzaban, espontáneamente, a temblar de forma nerviosa.

El 2 de noviembre de 2008 los habitantes de Khanintokan estaban muy contentos, más que de costumbre. Siete vehículos entre “Mercedes” “BMW’s” y “Audis” habían dejado las tiendas vacías y se dirigían carretera arriba. El miedo de las once criaturas, con tanto motor rugiendo, debía de estar en el peor de los niveles. No era común una reunión tan masiva pero la ocasión requería la presencia de toda la escoria japonesa, ese día, en ese lugar. En esta ocasión la reunión no era sólo de placer.

Mahaao se bajó de su Mercedes con cara de pocos amigos, las últimas veces que había estado en aquella cima su rostro reflejaba un sentimiento muy distinto. Mirando hacia su coche señaló con la mano el portabultos y dos criados, que esperaban desde hacía horas, sacaron varios maletines negros de su interior. Mientras llegaban hasta él con sendos paquetes se entretuvo, con el rabillo del ojo, en observar que la cortina de la estancia del primer piso se movía hacia la parte izquierda, confirmando que quienes le esperaban estaban ansiosos por su llegada.

“Nada bueno traerían aquellas prisas”, pensó.

Sucesor en la lista de los grandes jefes del anterior nº 1 acribillado en plena calle por una prostituta, se jactaba, en privado y en público, de no haber pisado una cárcel en sus veintiocho años de vida, aún a sabiendas de que había pasado ya por todas las escalas criminales que los departamentos de policía de cualquier país exponían en sus paredes para ostentación de delitos, presumiblemente, retirados de sus calles. Alguien así no había eludido a la justicia por escapársele algún detalle.

Por el lado del copiloto se incorporó otro rostro conocido en la casa. Aunque no siempre bienvenido pero, por desgracia para el mundo, necesario para los intereses sucios e inhumanos que en breves instantes le serían comunicados. Surino Morales, un filipino expulsado de su país por una larga lista de delitos contra todo lo que se moviese y tuviera vida, se colocaba los bajos del pantalón mientras hacía una señal a los que desde los otros coches seguían bajando e incorporándose a tamaña reunión.

Volviendo a comprobar, esta vez directamente, que desde el primer piso la cortina había vuelto a su sitio, ordenó, con un gesto de la mano, que entraran todos en la casa. Su expresividad verbal no destacaba entre sus cualidades, éstas requerían siempre de un acompañamiento metálico, y no precisamente musical, aunque sí ruidoso.

Los dos criados que observaban como el último de los visitantes entraba en la casa se apresuraron a aparcar ordenadamente los carísimos vehículos. De mayor a menor en la escala de caballaje. ya que su jefe, que volvía a retirar la cortina para poder ver toda la parte exterior, esperaba siempre a que todo estuviera en orden para hacer acto de presencia. Al finalizar, ambos criados asintiendo repetidamente con la cabeza, se quedaron mirando hacia un ventanal ya vacío.

La puerta principal daba acceso a un amplio salón sin muchos alardes. Aunque la casa estaba equipada con la tecnología más avanzada los muebles que decoraban todas las estancias reflejaban todo lo contrario. En el centro del salón una enorme y antigua escalera lo comunicaba con el primer piso. Detrás de la misma un estrecho ascensor aliviaba las subidas y bajadas de tres ancianos decrépitos, carcomidos y lascivos que aguardaban ya en un despacho anexo al propio salón, el cual tenía su propio elevador y la única manera de llegar hasta la segunda planta. 

Los escasos escalones que había en la casa eran los de la entrada y los de la suntuosa escalera central, el resto estaba dominado por largas rampas, aliviaderos de los escasos movimientos de sus libres propietarios.

Desde el centro del salón dos sonrientes doncellas, señalando hacia el despacho, dirigieron hacia adentro a los numerosos invitados, tres de los cuales se tuvieron que quedar, de pie, en la misma entrada.

Gentes acostumbradas a parlotear de manera soez y descarada, elevando sus voces habitualmente hasta que todo bicho viviente se percatara de su presencia, no habían pronunciado una sola palabra desde que los coches enfilaron los últimos cien metros del estrecho camino de tierra. Los tres ancianos imponían un oscuro respeto a aquella pléyade de bárbaros de estilo moderno, más allá del miedo y las propias costumbres orientales. Tres décadas al frente de la peor y más sanguinaria Yakuza Japonesa, los habían convertido en las personas más temidas que nadie quisiera encontrase delante jamás. 

Quien de los tres jefes se mantenía aún a trompicones de pie invitó, con un energético movimiento del brazo, a Mahaao a Surino y a otros cuatro a tomar asiento, no sin antes indicar con un gesto a las dos doncellas que se retiraran.

Quien a vista de todos parecía el más perjudicado por la edad, sentado en su moderna y mecanizada silla de ruedas, seguía observando por la ventana como los dos criados continuaban mirando hacia la casa desde el lateral del jardín y también podía ver el último coche alineado según su obsesivo criterio.

- ¿Dónde están las fotos? - dijo el tercero de ellos, sentado detrás del escritorio, y quien parecía querer llevar la batuta en la reunión. 

Mahaao, con una sincronía digna de un trilero, introdujo la contraseña en los códigos de seguridad del maletín que reposaba ya en su regazo a fin de sacar de su interior tres sobres grandes de color hueso y dejarlos sin decir una palabra delante del que los había solicitado. Los otros dos vejestorios seguían, uno desde la ventana y otro de pie junto a una bella figura de porcelana, toda la escena con sumo interés. 

En el interior de los tres sobres estaban las fotografías de tres personas. Tres americanos. Tom Gutman, sargento primero retirado, quien en 1945 era cabo primero de cubierta en el USS Missouri.Tacker Del Rio, sargento de aviación retirado e instructor de pilotos en Agosto de 1945, y el brigada del ejército de la reserva nacional retirado, cabo raso de infantería en 1945, John Dee Hoornes, quienes, en la citada fecha, obligaron a Shiiro Napo, soldado raso del ejército imperial japonés, ahora en silla de ruedas – Naturo Hai, soldado raso asistente de cámara del Comandante en Jefe Yoshijiro Umezu, con noventa y dos años y todavía con un resquicio de fuerza en sus piernas – y Min Dao Haruto, soldado de primera en 1945, de madre china y aferrado al recuerdo que las fotos que tenía delante le estaban reconcomiendo por dentro en aquel mismo instante, y a otros tres militares japoneses, a vivir y sufrir uno de los acontecimientos más humillantes y clave en la historia del siglo XX. 

Dichas fotos verificaban que los tres americanos se habían convertido en tres vejestorios igualmente, lo cual no le reconfortaba en nada el ánimo como la prueba irrefutable de que aún continuaban vivos.

Mr. Haruto, como le llamaba toda la élite de jefes de Yakuzas enemigas de medio Japón, levantó con la mano izquierda los tres sobres a sabiendas que alguno de los que permanecían de pie en la entrada se acercaría a cogerlos y que los alcanzaría a los otros dos jefes que, con cara de impaciencia, los miraban fijamente.

Sin darse cuenta que mantenía todavía el maletín abierto en su regazo observaba las caras de los ancianos, quienes, sin ningún aspaviento ni reniegos, miraban atentamente las fotografías. Después de pasar los últimos nueve meses en un país extranjero donde maldecir, imprecar y maltratar verbalmente todo cuanto se ponía ante ellos era lo común, observar los rostros de quienes estaban rememorando unos profundos y duros recuerdos que les producían las imágenes que tenían en sus manos en el silencio más absoluto, reconfortaba ligeramente, bajo la tensión del momento, su ánimo.

Un japonés, aunque hablase perfectamente inglés, buscando información sobre tres americanos en los ayuntamientos y registros de pequeños pueblos del centro de Norteamérica, destacaba más que un macarrón en un plato de caviar. Su eficiencia en el trabajo realizado pasó por llevarse a la única extranjera que residía en la casa y que no era violada, maltratada, vejada o encerrada en las estancias de la segunda planta. 

Christine Blood, súbdita inglesa que mantenía el orden entre las chicas retenidas a base de más maltrato y quien también, de cuando en cuando, servía directamente a los tres ancianos de forma más implícita en sus “negocios”.

-¿Y lo demás? – Espetó, Mr. Haruto, quebrando un silencio insoportablemente desapacible.

Ya con el maletín negro cerrado y colocado junto al otro cogió el más nuevo y volvió a reproducir, con igual habilidad, la apertura de éste. En esta ocasión no fueron sobres lo que extrajo de su interior sino cuatro fundas de plástico transparentes por el anverso cuyo interior estaba, también, lleno de fotos y documentos de otras cuatro personas y de otros cuatro lugares de la América profunda.

Las personas que aparecían en dichas fotos ya no estaban entre los vivos, sus cuerpos masacrados y en algunas de aquellas fotografías quemados incluso, esta vez sí lograron arrancar de los rostros enjutos de los tres ancianos una mueca en la que podría advertirse un asomo de satisfacción, contenida, pero puro deleite a lo sumo. Incluso como para poder distraer de su obsesiva manía de mover la dichosa cortina del viejo Napo.

Aunque las imágenes de aquellos cuerpos torturados hasta la muerte no podrían ayudar a que sus propias madres les reconocieran como hijos suyos, en los rostros de los tres viejos se percibía su aprobación a la verdadera identidad de aquellas deformes masas de carne, pelos y sangre enmarañados. Sabían que Mahaao no les entregaría nunca nada que no fuera, hasta la última de las consecuencias, verás ya que él mismo salía en todas y cada una de las fotos mostradas a sabiendas de que se inculpaba en todas y cada una de aquellas muertes que había producido a unas personas que no conocía absolutamente de nada.

El único que estaba siempre al acecho y pendiente de que cometiera un error era Surino, pero con aquellas pruebas en las manos podía seguir esperando una oportunidad por largo tiempo. 

Mr. Haruto continuó revisando la información que había a cerca de los tres americanos. Habían pasado ya seis décadas pero recordaba sus caras perfectamente, las tenía grabadas a fuego y nunca mejor dicho.

También recordaba a sus tres compañeros, ya fallecidos, que padecieron aquella terrible ignominia junto a ellos sesenta y tres años antes. Recordaba muy bien sus nombres: el ayudante de cocina, de 17 años, Hiroshi Muto, Mirusho Tunkao artillero de primera en el acorazado Yamato y Kio. Cada jodida noche pensaba en Kio. Ellos no pudieron llegar hasta este instante pero él estaba allí, aún vivo, y lo haría también en su nombre.

En nombre de los únicos seis militares del ejército imperial japonés que sufrieron, por partida doble, una deshonrosa y fatídica humillación aquel mes de septiembre seis décadas atrás. 

En el sobre de Del Rio constaba un informe de su extensa familia. Natural del centro oeste, se había alistado en el ejército en julio de 1945, casi dos meses antes de la rendición de Japón. Su rápido nombramiento en el cargo de sargento fue motivado por su gran experiencia como piloto a las órdenes de su padre fumigando las numerosas tierras de su familia en el frondoso Estado de Kentucky. Ni siquiera había llegado a combatir. 

Llegó, ascendió y jodió todo lo rápido y cruelmente que pudo. 

El informe confirmaba que tenía, vivos aún, seis hijas y dos hijos, otros dos, comprobó con satisfacción, habían perdido la vida en Vietnam. Los varones que seguían vivos también pertenecían al ejército de los Estados Unidos y cumplían destino en Afganistán e Irak en la actualidad. Y no pudo por menos que pensar que si sus carreras militares eran tan agraciadas como la de su padre se merecían lo que les aguardaba. 

En el silencio de la estancia sólo se oía el volteo repetitivo de las fotos en manos del viejo Napo, todo lo que cogía en su poder lo convertía en una acción machacona y compulsiva. “La cortina, los coches, las fotos, los arañazos” Y también era el que más ganas tenía de iniciar los planes que estaban a punto de comunicar a todos.

Mahaao había asesinado, extorsionado, golpeado y arruinado la vida a todo aquel que señalaron los tres viejos en el último año. Pero esto era diferente, sentía que era un odio extrañamente íntimo, que las personas que aparecían en las fotos ya eran cadáveres vivientes, pero lo que no se podía ni imaginar era como iban a llegar a ese estado. 

Por lo que había tenido que hacer en los últimos nueve meses, le obsequiaron ante todos con un magnífico reloj de pulsera, con uno de esos regalos a los que un hombre no se podría resistir y menos, entregado delante de los suyos, confirmando así su liderazgo y supremacía sobre el grupo. Incluso sobre Surino.

Siendo los jefes como eran el agasajo duró lo que ellos estimaron, como todo.

-Podéis salir – Dijo Mr. Haruto, haciendo el mínimo de los esfuerzos. No hacía falta más, el silencio era tal que hasta la cocinera ya estaba preparando su exquisito té de rosas. Todos salieron tras Mahaao hacia el jardín de entrada menos Surino que se dirigió al servicio donde apenas pudo llegar teniendo luego que humedecer los pantalones donde se le habían escapado unas gotas. El sometimiento era tal que preferían mearse encima que abrir la boca a destiempo ante los tres viejos. Sabía que si no se le preguntaba directamente no valía la pena hablar, era lo mejor sin duda alguna. Todo el mundo tiene siempre a alguien por encima al que dar explicaciones, inclusive aquella panda de asesinos, secuestradores y extorsionadores que ante tres miserables viejos, anacrónicos y visiblemente perjudicados físicamente, se cagaban de miedo aún sin pronunciar una palabra. 

Fuera, el resto aprovecho para fumar lo más alejado posible de la casa, contra el viento, casi al borde del acantilado sur donde el humo se alejaría de la casa. 

Desde allí se veía, a unos ciento setenta metros, el helipuerto junto a la carretera donde aterrizaba el aparato que trasladaba a los jefes en contadas ocasiones hasta la capital y también desde donde se veían las tres únicas ventanas en la segunda planta que permanecían cerradas todo el año. Estaban casi en el punto medio entre las habitaciones del piso superior y el pequeño helipuerto. Doscientos diez metros exactos, distancia suficiente para oír aterrizar la única vía de escape de aquella cruel tortura. Nadie podía imaginar que entre las once cautivas estaba Linda, quien con sólo quince años obtuvo el carnet de pilotos de helicópteros con los mayores honores, en Burban Irlanda, hacía ya doce años. 

Desgraciadamente los dos últimos los estaba pasando recluida, vejada y víctima de su compulsivo-obsesivo torturador, lo que demostraban los múltiples arañazos que tenía en casi todo su cuerpo.