El remordimiento era su despertador. Cada mañana de su
angustiosa y triste vida, le arrancaba de los bellos sueños de su
inconsciencia, arrastrándolo al cruento escenario de su existencia. Diez
minutos, tan sólo, hasta que volvía a beberse otro primer trago de realidad.
En ese espacio de tiempo, tan sumamente extenso para quién
quiere escapar de él, se le llenaba la mente de caminos: veredas esquivadoras
de seres humanos, en la que ya tan sólo podía retener proyectos infructuosos, afectos
desgraciados y situaciones adversas…, siempre adversas.
Y aunque las hubieron también congratuladotas y emotivas, el
olvido se había apodera de ellas, encerrándolas donde casi era imposible llegar
con su insuficiente ánimo. De cuerda corta, a mucha distancia de sus rugosas manos
ancladas a la acera.
Mancilladas por el barro humeante de su mente indispuesta,
ensuciando la felicidad que de ellas pudiera haber acumulado, tan sólo por
guardarlas a destiempo.
Y tras esos escasos minutos, donde el alcohol se apropiaba de
nuevo de su inexistente coherencia, notas y versos empapados se apoderaban de
él, llenando de colores grises el más maravilloso de los días. Donde hijos,
mujer, casa o simplemente su vida, se mezclaban con el vocabulario soez de la
suciedad de los cartones donde dormitaba su desequilibrada voluntariedad.
Nada es tan grave o efímero a los ojos de un paseante anodino,
como la visión de una vida malograda y que, además, ni siquiera desea el valor
para salvarse. Y así pasó media vida Danilo Ruimán, antes de entregar a su
única compañera de camino, la botella, su alma desvalida, a la que cantó cuanto
recordaba de esa otra ya tras la obligada e impuesta cortina del desarraigo.
Danilo Ruimán compuso su vida
Por unas monedas cantaba su historia
Soñando en quedar, buscando una huída
Del río que arrastro sus días de gloria
Hay muchos Danilos, muchas almas desvalidas que se sumergen no solo en una botella, sino en otros aspectos que les alivia el alma.
ResponderEliminarSaludos.