El
día era casi tan claro como el de hoy, casi tan apacible y casi tan aburrido.
Mientras, el rebaño pastaba placidamente en un frondoso prado, de un verde
fulgurante e intenso, bajo su atenta mirada. La mañana había cundido y las
ovejas estaban casi saciadas. Las últimas lluvias acaecidas, eran las
responsables de esa relajada sensación que le permitía no tener que buscar la
comida de los animales más allá del límite de sus tierras.
Agradecido
por ello, dormitaba a ratos, estirado cuan largo era, sobre la renovada hierba,
apoyando su cabeza sobre el agradable calorcillo de una piedra secada al sol
del medio día, cuando creyó escuchar algo traído por la refrescante brisa que
removía juguetona el ala de su destartalado sombreo de paja.
Y
lo que creyó sentir fue apenas una susurrada intensión de advertencia. Una sola
vez, en el simple pero claro recorrido de aquella racha fugaz y solitaria, que
desapareció irremediablemente, volviendo a dejar al radiante sol penetrar
nuevamente la curtida piel de sus desnudos brazos.
¡Ya
llega! Fueron las palabras que en su interior se abrieron paso de forma
cognitiva, como habla la sinopsis de las neuronas humanas, directamente y sin
la desazón de la intriga, hasta el corazón.
Y
entonces, su mente y sus ojos se abrieron azarosamente de par en par al
recordar las palabras de su abuela cuando tan sólo levantaba un palmo del suelo
y ya comenzaba a ayudar en la granja. – La naturaleza nos habla, Dimitri-
La
sensación creada en aquel insipiente cerebro dentro de su cuerpecito de hombre,
fue el comienzo de una inagotable avalancha de preguntas: ¿cómo?, ¿por qué? ¿a
quién?.
-A
todos, Dimitri. Unos pocos la podemos escuchar claramente y los demás tienen
que estar atentos a las señales que ella nos muestra a diario. Con su propia
voz, los que estamos predestinados a ello, y al resto, a través de signos
irrefutables, pero a los cuales deben atender sin distracciones. En el viento,
el cual arrastra sus propias palabras. En el reflejo de la luna, formando
claras y fugaces instantáneas de aviso
en la superficie acuosa de mares y ríos, En las sombras producidas por nuestro
sol, impresionando en personas y cosas igualmente breves y huidizas al ojo distraído-
La
muestra de la veracidad de las sabias palabras de su abuela, todavía hacían
temblar sus callosas manos y ahora, erguido hacía el deslumbrante sol, creyó
intuir la figura de un aterrador tanque dirigiéndose a su mundo, formado por el
farallón rocoso en la cima de la colina donde pastaran tantos rebaños como
distintas generaciones de su familia había habitado esa inagotable tierra,
cruzado por el reseco y chamuscado tronco del milenario pino, que en la última
tormenta un solitario rayo destruyera.
Y
más allá de las altas montañas, unas temibles nubes negras, salpicadas de una alarmante
luz roja anaranjada, tan lejos del atardecer, le advirtieron que la ruindad y
la incapacidad de entendimiento del ser humano habían dado comienzo a otro nuevo conflicto
bélico.
1
de septiembre de 1.939 - Montes Tatras,
Polonia
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