Su especialidad eran los
monólogos históricos. Recuerdo leer esos soliloquios reflexivos sobre las
grandes proezas de legendarios conquistadores que escribía con gran pasión y en
su mismo lenguaje. Eso era lo que hacía feliz a Darío Rubio al escribir.
Cuando le contactamos, a
través de su blog y reconocedores de su gran potencial, no supimos valorar cuán
impositivo es el éxito si quieres vivir de esto. Redirigiendo la forma de contar las nuevas
historias que bullían en su cabeza.
Al final el éxito llegó,
dando la razón a nuestra editorial. Pero tener la razón no lo es todo en la
vida, y menos a expensas de la sinrazón que mueve a los escritores a internarse
en vidas inventadas y escudriñar al detalle todo sobre los personajes que luego
vagarán por las líneas de sus novelas, matando sarcasmos, asesinando patógenas
fobias con la roja tinta de la postrera edición final. Aniquilando al final su
esencia, esa que, con tanta pasión, nos acercó a él.
Sus éxitos, al fin y al
cabo, no fueron más que mundanas historias escritas con el cotidiano leguaje de
su legión de lectores, expresaba a menudo. Pero no era eso lo que le movió a
escribir un día apenas cumplidos los quince años.
Un día le llamé para
decirle que lo habían plagiado. Él se rió de mí, haciéndome comprender que no
creía ver nada malo en que alguien hurtara de sus textos, siendo contundente al
exponer que se sentiría halagado si fuera cierto. –Claro que es cierto, alguien
llamado Dylan Saw, ha reescrito el comienzo de tu novela “sin más, se abre el
día”, “la furia de Rubén Almadraba al acercarse a su banco, indignado por no
haber podido obtener rédito la tarde anterior en su habitual cajero bancario y
su posterior vehemencia con la señorita que le atendió en dicha sucursal”, esos
primeros pasos del protagonista que originarían la matanza de treinta personas
en una semana". –Es un plagio en toda regla, pero no se saldrá con la suya, le
denunciaremos- le grité, malhumorado, ante su total indiferencia a lo que para
mí era tan obvio.
Que equivocado estaba, y
más, cegado por la cantidad de personas que habían seguido aquel plagio en la
Red. Más de treinta mil la primera semana.
-Dylan Saw soy yo, es un
seudónimo. Tenía que alimentar de alguna forma el imperante gusanillo que me
mueve a escribir. El que nadie parece ver como yo, ¡y comprar! no digamos. Tenía
que probar reciclar vuestra cotidianeidad tan demandada con el lenguaje que me emocionó
siendo un crío todavía-. Me informó, y
aún creo poder oír sus carcajadas al teléfono.
Y es por eso que, delante
de su recuerdo ya, es para mí un placer poderles leer ese fragmento reinventado
con la sincera voz del escritor. La que conmueve su espíritu y por la que
siempre deberán luchar contra viento y marea, a la que tituló “ÉPOCAS Y ÉPOCAS”
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Espada en ristre y con
rostro malhumorado, acercose a la jovenzuela, ceñuda en vista del percal
enfrentado.
-Vuesa Merced expondrá-,
dijo, con voz pequeña en su entendimiento.
-Es mi deseo recuperar
las ciento tres monedas que, en virtud de una tía abuela, pertenéceme-.
-¿Algún motivo a
registrar?
Aún la mano nerviosa,
empuñaba el frío hierro rememorando la maltrecha sesión vespertina sufrida al
anhelo de soportar unos vacíos bolsillos ante la habitual posada de retozo, recia
en sus posturas, que por añadidura partía con noche festiva.
- la tarde anterior no
pude recuperar mis dineros por arte de su errada función-.Aclaró, señalando el
ingenio en el pórtico de la entidad.
-Ayer sufrimos el asalto
de una banda de truhanes, al abrigo de la partida de la autoridad, el carromato
dejaron junto a un penco dolorido-
- No siendo un problema
al que me pueda avecinar, proceda-
Le espetó, burlando una
ligera sonrisa que predecía su agrado con la contrariedad sufrida.
-¿querría efectos de la
Casa de Indias o billetes de la Corona?-.
-Visto lo visto, Plata-
asumió con desganada ironía.
La joven, sometiendo su
cabeza y bajando aún más su usual hilo de voz, dijo.
–La plata fue lo que
primero que llevaron ayer-
-¡¡¡Maldición Morisca para
toda su estirpe!!!, ¡¡¡hijos de una posadera manca!!!-
Gruñendo, renegando y
blandiendo su enorme espada, terminó por decir.
-Sea efectos, pues-.
Y al salir con sus
títulos bien guardados, reseñó.
-Esta España no es, ni
de sombra, la de antes-
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Dedicada
a los noveles escritores que nos deleitarán en el futuro.
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