Puedo acostumbrarme.
Puedo acostumbrar a mi mano a esperar la luz del día, a que aguante estoica la lluvia y la hojarasca. No soy de los que mendiga, pero puedo, sin más, aguardar a que construyas una lágrima. Con ella en mi mano, pienso dormitar en tus altas colinas, entre los flirteos de tus manos migradoras, que las nubes hagan senderismo rodeando tus faldas y que el viento acaricie tu cabello hasta que me duerma. Puedo acostumbrarme a soñarte.
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