Hoy la he seguido. Caminé tras ella a cierta distancia mientras se dirigía calle abajo por la avenida principal hacia el muelle. Creí que se encaminaría, como es su costumbre, hasta el final del espigón sin hacer parada alguna. Firme y decidida como parece demostrar en todos sus actos, pero no ha sido así.
Al llegar a la altura del Hidd
Park, se detuvo durante unos cinco minutos en la esquina que sirve de parapeto
ante los fuertes vientos que llegan desde la costa. Cinco minutos, que me parecieron
malgastados voluntariamente mirando la montaña de hojas secas que acumula la
briza marina cada tarde.
Absorta ante el cúmulo de
hojarasca, parecía entristecida. Cabizbaja e inerte, entendí que estaba sumida
en unos apenados pensamientos que, tras un tiempo excesivo para permanecer a solas
en aquel lugar tan apartado, sosegó persignándose antes de retomar su camino de
nuevo. Incluso levantó descuidadamente, más de lo prudente, el faldón de su
vestido para evitar rozar aquella amarillenta y reseca maleza.
“Mientras retomábamos el camino
habitual, recordé la hurtada conversación de la que fui testigo en la coqueta
floristería que engalana vistosamente la estéril callejuela que lleva hasta la
capilla de Saint George, en la que su dueña intentaba confiar en secreto su
extrañeza por la desaparición de Lord Middelton, hace apenas unos días, a una afectadísima
señora que parecía estar de acuerdo con dicha apreciación. No recuerdo ahora
sus palabras exactas, pero insistía en el hecho de tener claro haber visto al
citado Lord Middelton en compañía de una jovencita, tiempo atrás, de la que
incluso se atrevió a dar un nombre que creyó escuchar al despedirse delante de
su establecimiento bien entrada la noche: Valeria. Sí Valeria, como su hija”
Tras su inusual parada, llegamos
hasta el muelle. Aún voceaban los pescadores su mercancía, no vendida, a pesar
de que ya la afluencia de clientes era inexistente, cuestión que no distrajo,
en absoluto, su paso firme habitual hasta el final de la escollera. Allí,
realizó sus frecuentes ejercicios físicos en el tiempo estimado y ritual.
Al regresar hasta su casa
nuevamente, la única apreciación a destacar ha sido la evitación nerviosa,
mirando de reojo hacia aquella zona, de pasar por la esquina en la que estuvo
detenida, cruzando a la acera contraria varios metros antes. Al llegar a ella,
le esperaban la señora Brissth y la hermana del señorito Middelton. Minutos más
tarde, al mirar tras la ventana que da a su sala de estar, pude comprobar que
ambas venían como clientas, ya que la tenue luz ambiental, he comprobado, es precedente
inequívoco del comienzo de otra nueva sesión.
Sé que me ha ordenado no perderla
de vista en ningún momento, pero, sabiendo que la sesión dura al menos tres
cuartos de hora, me he tomado la libertad de regresar hasta el montículo de
hojas. Al limpiarlo a conciencia, y tras
llevarme un monumental susto, he
descubierto una cantidad excesiva de sangre bajo ellas. Como si allí hubieran
degollado a uno de esos cerdos, que sacrifica usted mismo en su granja de
Penintong Mills.
Tras la reunión de las tres
damas, las visitadoras se han dirigido hasta la vieja comisaría de la isla.
Allí no he podido descubrir los pormenores de la visita por la férrea vigilancia
de un agente en la puerta de entrada. Al finalizar, la señorita Middelton ha
salido llorando lánguidamente abrigada por el brazo protector del comisario. La
ha despedido con la promesa de encontrar a su hermano con prontitud, ordenando
a otro agente acompañarla hasta el barco que la devolverá hasta tierra firme.
Le alegrará saber que la vidente
ha aceptado el dinero que me dio para ella, y que no recibirá más a la señorita
Middelton. Le agradece haber atendido su llamada, en la que le explicaba su enigmático
sueño de la noche del martes.
Creo haber cumplido mi trabajo
con eficacia. Estoy regresando a casa mientras observo el apesadumbrado rostro
de la señorita Middelton, a varios metros de mí, mientras suena la sirena de
desamarre.
El lunes estaré en su despacho
para el cobro de lo prometido, más un plus del que creo ser merecedor.
Si me permite decirle una cosa:
no creo que nadie en esta isla, haya visto esa esquina del parque tan limpia
como se la encontrarán mañana a primera hora, aunque por nuestro bien espero
que esta noche sople viento, mucho viento.
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