C A P Í T U L O - Nº 4
Al agente especial Anthony Daniels
le adjudicaban todos los casos de muertes violentas que se producían en el
medio oeste, y los de los últimos nueve meses no iban a ser una excepción.
Aunque era originario de Detroit había pasado casi toda su vida en Washington,
cerca de la academia del FBI. Graduado con honores en la promoción del año 2000
su carrera había sido dirigida desde arriba hacia un campo específico, convirtiéndose
en el mejor en pocos años. Con gran experiencia en casos extraños de muertes
con base casi nula, y por base se refiere a que dichas muertes tenían poco o
ningún argumento del por qué se produjeron, sabía que aunque podrían tener o no
conexión entre ellas francamente le iba a costar Dios y ayuda encontrar un hilo
común ya que ni por separado tenía indicio alguno.
En este caso necesitaba ayuda
especial y había solicitado la incorporación de la investigadora Jennifer
Staton, con la que había trabajado en varios casos anteriores y con quien
congeniaba de forma eficaz a nivel profesional.
Cuando la agente Staton llegó a la
oficina todas las pruebas estaban desordenadas encima de una enorme mesa anexa
a los dos escritorios habilitados para ambos investigadores. Sin pensárselo dos
veces se dirigió al pequeño cuarto donde habían colocado la cafetera para prepararse
uno doble antes de comenzar a ordenar toda aquella maraña de informes y
fotografías que les habían enviado sobre los cuatro casos en cuestión. Después
de oír sonar varias veces el teléfono aún siendo las siete y media de la
mañana, cuando el agente Daniels entró en el pequeño cuarto ya sabía que la
presión de los jefes era enorme y que no les iban a dejar que disfrutaran de
muchos cafés más.
–Ya empezamos –
El agente especial Anthony Daniels,
con un coeficiente intelectual que sobrepasaba con mucho la media estatal,
tenía un humor aguantable sólo por unas pocas personas.
-¿Qué creías, que venías unos días
de vacaciones?-
-No ya, el trabajo contigo nunca se
podría comparar a unas vacaciones. ¿Qué dicen?–
Sacando un pequeño block del
bolsillo interior de su chaqueta hizo como si fuese a leer algo.
-¿Qué van a decir?, lo de siempre,
¿qué si tenemos algo?-
-¿Qué creen que somos, Gurús?,
todavía no hemos clasificado ni siquiera la información, ¿Quién de los
fallecidos les hace tener tanta prisa?-
Nacida en la pequeña isla de
Edgartown, en el estado de Nueva York, su especialidad era la de encontrar
personas, vivas o muertas, esa cuestión era de poca importancia. Con siete años
de experiencia de un total de treinta y tres, bien llevados a no ser por una
extrema delgadez que contribuía junto a su falta de cuidados estéticos a que la
sección masculina del cuerpo de policía la ignorase fuera del ámbito laboral, inteligente
como para asustar a los pocos hombres que le gustaban, su trabajo se basaba en
investigar a los familiares de los desaparecidos hasta dar con una causa,
posible motivación para que el desaparecido permaneciera fuera de la vista de
todos. Pero con los muertos recientemente hallados sus técnicas servirían a la
perfección. Y más sabiendo por quién deberían comenzar tales pesquisas.
-El allegado al Alcalde de
Watertown, el Sr. Harry Ambrosio, amigo personal y primer suministrador
de la Guardia Nacional en el estado de Nueva York. ¿Te parece bien?-
-Me parece estupendo, ¿por qué vamos
a trabajar sin presión pudiendo trabajar bajo máxima presión? Es estupendo.-
Cuando cuatro días antes le había
pedido que le ayudara en estos casos sin causa aparente y que ahora, expuestos
sobre la mesa, sabía que habían llenado durante semanas las portadas de los
distintos periódicos locales y nacionales, confirmó que no iba a ser un trabajo
fácil y, lo peor de todo, que no se lo iban a poner nada fácil tampoco.
El agente Daniels tenía un ritual
para comenzar siempre cada nuevo trabajo. Escogía la foto más horrible de cada
caso para colocarla en un tablón, en este caso tras la mesa de pruebas. La imagen más
dura, la que ninguna madre quisiera ver de un hijo, la que haría volver la
cabeza hasta los profesionales más experimentados. Así se motivaba para encontrar
una solución lo antes posible, así tenía un argumento especial para no
descansar y, sobre todo, para honrar la memoria de aquellos que murieron a
manos de alguien tan inhumano como para cometer una acción tan mezquina, ya que
no le había valido con quitarles la vida sino que se deleitó infringiéndoles
más dolor del necesario.
-¿Qué te parece si comenzamos? - preguntó, aún sin acabarse el primer
café.
-Me parece- Esa era la respuesta que daba más a
menudo, siempre procuraba no utilizar la palabra sí. A cualquier pregunta
afirmativa nunca contestaba con el si normal que contestaría todo el mundo. Era
su sello particular, y también la hora de empezar.
Después de colocar las cuatro fotos
más duras que se encontró entre toda la documentación recibida, tuvo la extraña
sensación de ver posar a los cuatro cadáveres. Normalmente, cuando se encuentra
un cuerpo de alguien muerto de forma violenta sus cuerpos quedan expuestos de
las maneras más inverosímiles, contraídos, doblados en posiciones nada naturales
y con los rostros ocultos o semi-hundidos en agua, tierra o vegetación, casi
nunca tan bien ubicados como lo estaban en todas aquellas fotos, como si
hubieran posado para alguien.
Lo más rápido que pudo fue al
encuentro de la agente Staton, que en el pasillo estaba intentando abrir uno de
los viejos archivadores que le había proporcionado la oficina del Sheriff de
Naperville y que desde el sótano habían subido esa misma mañana hasta la quinta
planta. La improvisada oficina contaba con: dos desfasados ordenadores, dos líneas
de teléfono, una mesa enorme, dos escritorios, dos sillas, un tablón en la
pared, un cuarto donde un fax, una copiadora-impresora y una maquina de café
hacían todo el ruido posible, un afilador de mesa y dos ceniceros que no
pretendían usar ninguno de los dos. Al final del corredor un baño y un almacén
donde se guardaba todo lo que iban sacando de cualquier otra dependencia en los
pisos inferiores.
Fuera de la oficina en el pasillo,
ya que el espacio dentro no lo permitía, dos archivadores, uno para el material
y otro para la documentación de los casos, donde la agente Staton se estaba
dando por vencida en la tarea de abrirlos y ya se había encaminando al final
del pasillo para refrescarse la cara en un pequeño aseo común.
Con medio cuerpo en el pasillo le
chistó primero y le preguntó después. – Schisss… ¿quieres ver algo curioso?-
Unos segundos delante del enorme
tablón y no pudo por menos que confirmar su teoría. –Tienes toda la razón,
parece como si posaran para la cámara. Este podría ser el nexo común, los
cuatro cuerpos fueron fotografiados por la persona que los mató como recuerdo
de sus crímenes
- O, como prueba del encargo
solicitado- se
apresuro a apuntar Daniels.
– ¿Quién le haría una foto a un
cadáver?, un coleccionista loco y psicópata, pero también podría ser un sicario
como prueba ante su pagador-
Cuando necesitaba pensar con
claridad caminaba y aunque el espacio dentro de la oficina era mínimo no dejó
de recorrer la estancia durante largo rato. Mientras paseaba de un lado al otro
notó que una ligera brisa se colaba por una rendija de la única ventana al
exterior, cerrada casi siempre ya que daba a un callejón trasero donde
depositaban los contenedores de basura. Era agradable entre tanta dura visión y
además relajo el ambiente mientras refrescaba parcialmente la exigua oficina. Parecía
que el aire fresco trajo ideas frescas con él.
–“Internet”, introduciré todos sus
nombres a ver que logramos- Ésta sencilla técnica le había dado buenos resultado en
varias ocasiones. Introducía una serie de nombres o lugares en el buscador y salían
las más variadas y extrañas coincidencias.
En el espacio reservado para el
texto introdujo los nombres de las cuatro víctimas: Harry Ambrosio, Malcond
Trenton, Josh Del Piero y Thomas Brown. El ordenador se tomó su tiempo pero
después de medio minuto empezó a reseñar páginas con los citados nombres. Sobre
la cuarta ventana comenzó a referir el nombre de Thomas Brown, con el USS MISSOURI
y de ahí en adelante en casi todos los enlaces que fueron apareciendo uno tras
otro.
Entre la numerosa documentación
buscó las edades de los fallecidos. Entre 83 y 89 años. Eran demasiado ancianos
para ser víctimas lógicas de ese tipo de asesinatos. Las estadísticas no los
incluían en el margen de edad para fenecer de forma violenta, “pero así había
sido y tenía que encontrar el motivo”.
Volvió a introducir USS MISSOURI y
Thomas Brown y espero unos instantes. Mientras, al teléfono, Anthony Daniels
llamaba a uno de sus antiguos amigos con quien, desde hacía bastantes años,
mantenía una larga colaboración.
Para el departamento de estado era
más fácil acceder a cierta información que desde cualquier otro servicio de
seguridad. Al abrir una de aquellas páginas se encontró con un texto que
rezaba: “Thomas Brown, el único afro-americano en la cubierta del USS Missouri
el día de la firma, por parte del ejército Imperial Nipón, de su rendición y
del final de la guerra.
El día 2 de septiembre de 1945,
entre la formación de honor tras los mandos del ejército de los Estados Unidos,
el varón de raza negra Thomas Brown fue el único afro-americano en presenciar
la rúbrica del documento que daba término a la guerra entre Estados Unidos y Japón.
Hoy, 2 de septiembre de 1995, le rendimos un sincero homenaje al recibir la
cruz de plata del Congreso en el quincuagésimo aniversario de tan señalada
fecha”. El texto seguía alabando su posterior
carrera militar y dándole las gracias por defender
su país.
Las páginas se sucedían siempre con
la misma referencia. El margen de edades le cuadraba, el menor podría tener
veinte años en la guerra. Thomas Brown tendría entonces veinticuatro.
Sin dejar de mirar las siguientes
páginas en el ordenador revolvió entre la documentación de los otros tres sin
encontrar más evidencia que la de que todos habían hecho carrera en los
distintos cuerpos armados de EEUU. Daniels, que la había estado observando
desde la ventana mientras hablaba por teléfono, no pudo por menos que dejar
colgado a su amigo, quien desde el otro lado de la línea seguía parloteando sin
enterarse de nada.
– Podría ser -.
- ¿Podría ser, qué?, - espetó ella. -sólo tenemos una
relación profesional entre distintas personas de diferentes condados. Es como
si fuera lógico pensar que por el hecho de ser policías, cada vez que muriese
uno tuviéramos que investigar a los demás polis. Dijo casi molesta con ella
misma. – Aunque para empezar no está mal. Me pido ir a Kansas, tengo allí
una tía
– ¿Y el rubito engreído del FBI que
conociste en Virginia por el caso del francotirador, no es de Kansas?
- Si, pero yo iré a ver a mi tía.
¿OK?
- OK, OK – dijo el agente Daniels no sin antes
soltar una risita burlona.
- ¿Qué te ha dicho tú amigo del
Departamento de Estado?
– OH, joder lo he dejado colgado,
mierda. Volveré a llamarlo, a ver si me coge el teléfono. Tú vete haciendo las
maletas.-
Del bolsillo interior de la chaqueta
sacó dos tarjetas de crédito y le dejó una encima de la mesa. – No te lo
gastes todo con el rubito – Volvió a reír, esta vez alejándose de ella por
si acaso. Antes de volver a marcar el número de su amigo le recordó. – Quiero
un informe diario para reenviar a los jefes. No más tarde de las 20:00 horas.
– Ya, y yo quiero casarme y tener
hijos pero hay un pesado que me llama para que le eche una mano en todos los
jodidos casos más extraños que pueden haber y no tengo tiempo. Te enviaré un
informe cuando tenga algo y si los de arriba tienen tanta prisa, que se
encarguen ellos de patear las calles y hablar con un montón de gentes que la
mayor parte de las veces, aunque son familiares de los difuntos, o no tienen ya
relación con ellos o no les han visto en décadas. Cuando termine de hablar con todos
te enviaré lo que tenga, ¿vale?
– Vale. Siempre a tú manera.
-Es la mejor, y la que te hace
cabrear también. Es perfecta. –
Ya no volvieron a hablar hasta diez
días después.