Para
entrar en el Reino de los Cielos se necesitan cumplir dos requisitos muy
estrictos: haber sido una buena persona y estar bien muerto. Adrián
Bonaventura, había cumplido con el 99% del primero y el 100% del segundo.
Obviamente
quería entrar pero, al llegar a sus puertas, el ángel que lo recibió le expuso
las dudas que tenían sobre ese 1% que lo hacían, de momento, no merecedor de
poder sentarse a la vera del creador.
“Su
expediente tiene defectos”, le explicaron, mientras detrás de él se iba
acumulando una breve cola de anodinos rostros.
Al
mismo tiempo que hay Cielo, por supuesto, hay Infierno. En éste no hace falta
haber sido una mala persona en su 100%. Basta con serlo y punto. Lo de estar
muerto sí, pero es obvio que tampoco es requisito indispensable, ya que hay
gente viva que sufre un infierno cada día.
Esperando
frente a sus puertas, al contrario que en el Cielo, se acumulan una ingente
cantidad de almas listas para entrar, en lo que se podría describir como la
acampada de Woodstock o la entrada a un derby de fútbol. Pero claro, el orden
de gobierno de las almas de los muertos tiene sus recursos y reserva para estas,
como las de Adrián, un tercer lugar donde debe esperar la decisión definitiva.
Según
la teología católica, el LIMBO es el lugar donde dichas almas esperan ser
acogidas en el Cielo o relegadas definitivamente al infierno. Donde debes
reflexionar sobre los actos realizados en vida. Un lugar íntimo y tranquilo
donde hacer balance de esa savia que nos dan en un mundo lleno de
contradicciones e inseguridades. Un lugar sin prisas, pero, también, sin
descanso.
Y
allí mandaron a Adrián a valorar su vida, recordando cuando de niño tiraba
piedras a los cristales de la abandonada iglesia de su pueblo, o cuando con
trece años rompió el corazón de Rosita. Razonando sobre su carácter orgulloso y
tajante sobre cuestiones tales como la familia que nunca tuvo, las personas
que, por cuestiones partidistas, le hicieron perder su trabajo, obligándole a
redirigir su camino, decidiendo no volver a encontrarse en igual situación.
Y,
en aquel lugar placido, pero inquietante, se enfrentaba a una comisión
intermitente, de estos ángeles, donde le escuchaban, en silencio, argumentar el
porqué de esos actos que él consideraba motivo por el cual esperaba en esa
especie de “cuarto de pensar” en una indescriptible oscuridad en el que lo
mantenían y en el que sentía verdaderamente muerto. Y luego de tomar sus notas,
desparecer.
En
las primeras sesiones expuso, y pidió perdón, por todo lo que creía había hecho
de malo en su vida. Haciendo hincapié, por su puesto, en lo bueno, fiel reflejo
de su carácter comunicativo. En las siguientes, la sinceridad, pos soledad
obligatoria, le llevó a abrirse y relatar su acérrimo odio hacia los
inmigrantes que le habían robado su trabajo, pero recalcando, que sólo lo
sentía en su interior, que nunca haría nada malo a nadie, por mucho daño que
hubiera recibido.
Dichos
ángeles no decían nada, sólo anotan y marchan, obligándole a reflexionar
inclusive sobre sus propios arrepentimientos actuales, su nueva forma de ver
los actos cometidos: esos que él no diera nunca el valor que tenían
verdaderamente para acometer su inalcanzable entrada al paraíso.
En
las últimas sesiones, vacío de arrepentimiento, sólo albergaba preguntas: ¿por
qué?, ¿cuánto tiempo?, ¿he sido tan malo?
Y,
tras ellas, pasando por los estados lógicos y obligatorios de una persona a la
que dan un lugar donde recapacitar, volvieron los ángeles.
–Ahora
que tu periodo de descarga emocional ha concluido, podemos decirte la razón por
la cual estas aquí. ¿Conoces a una mujer llamada Amalita?
El
inanimado corazón de Adrián, pareció intentar volver a palpitar, mientras,
ahogadamente, les explicó que la conocía.
-Sé
quién es…., Está muerta.-
-Sí,
ya descansa con nosotros. Su corazón ya ha abrigado la paz.-
Las
palabras ya no fueron necesarias. En su mente apareció su figura, calada de
pies a cabeza, intentando que alguien la llevara.. que alguien la alejara de
aquel pueblo, muerta de frío al borde de la carretera. Y volvió a ver sus ojos
desesperados bajo el vendaval de aquella triste noche de noviembre, intentar hacerle
comprender que le necesitaba, sin que él le echara cuenta, mientras su figura
se desdibujaba en el cristal empapado de agua.
-Sí,
Adrián, esa es tu culpa, la que nos obliga a retenerte hasta que enmiendes
todos tus actos. La cual, ni siquiera haz llegado a interiorizar.-
Y
Adrián volvió a abrir los ojos, y volvió a ver la luz del día, y ni el calor de
su cama pudo retener su inquietud interior, al levantarse y dirigirse hasta el
salón, para volver a coger el periódico del día anterior y releer la noticia de
la muerte de Amalita.
“Hallada
muerta en las cercanías de San Justo una mujer de procedencia Nigeriana. Se
especula sobre su posible asesinato, obtenidos los primeros indicios. La joven,
preguntados los vecinos de éste pueblo, ejercía la prostitución para mandar
dinero a su pobre y desarraigada familia en el Campo de Refugiados de Baga”
Y
Adrián lloró amargamente y desconsolado, por no reconocer en él un buen
candidato para tocar las puertas de Cielo.