miércoles, 4 de noviembre de 2015

Un cajón oscuro donde encontrar la luz (MICRO)



La primera reacción fue de enojo: cabreo incontrolado al perder el tan esquivo tiempo en medio de la oscuridad más absoluta. 
Maldije a todos y a todo en los pocos idiomas que conozco, o sea, trece segundos aproximadamente. Cuando la calma hizo regresar la sangre a mis extremidades, aspirando y expirando tranquilamente, me centré en mi soledad. No todos los días tienes un respiro del ajetreo estúpido al que estamos sometidos sin remedio. No es cierto que te sientas más sólo en un espacio más reducido. Sé de muchos que buscan la inmensidad de un bosque para aislarse.

La segunda redacción es de miedo: ignorancia de que el entorno sea seguro. Y vuelve a bombear con fuerza presionando en la cabeza, de cero a cien en microsegundos. Se ahoga la voz aunque no te sirva de mucho. Hasta que te das cuenta que no hay argumentos, nada se mueve y el suelo sigue bajo tus pies. Y aunque queda un enorme vacío, sigues en el mismo punto y al final es puro relax.

La tercera y última reacción es de consciencia de tu propio cuerpo: tocarte como si nunca lo hubieras hecho antes en la suma oscuridad. También pensar en los tuyos y en lo que aun no has vivido con ellos o a lo que se renuncia en su favor, liberándote de un enquistamiento voluntario y ridículo. Y concibes una paz raramente lograda. Una nueva tranquilidad impuesta, casi sin secuelas.

Y aunque ha sido una experiencia enormemente liberadora al final, nunca más amenazaré a un agente de trafico que posea una pistola eléctrica en sus manos.

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